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Sí, Dios te ha hecho único y nadie más puede ocupar tu lugar en el mundo

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Creo que todos en algún punto de la vida nos hemos preguntado a nosotros mismos: ¿quién soy?

De las conclusiones a las que llegamos con base a ese esfuerzo de mirarnos a nosotros mismos, y tomar conciencia de nuestra identidad, depende qué tipo de vida tendremos. Qué tanto sentido tendrá la vida, e incluso, qué tan felices seremos.

Esta es una de las preguntas fundamentales que debemos hacernos en la vida. Así cómo ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?, ¿cuál es mi misión en este mundo? Por eso hoy me gustaría reflexionar en tres puntos concretos.

1. Somo únicos e irrepetibles

La respuesta a la pregunta no es simplemente descriptiva. Soy peruano, tengo 20 años, me gusta el futbol, mi comida preferida es la lasaña, etc … Exige un esfuerzo de reflexión que nos lleva a darnos cuenta que somos únicos e irrepetibles.


No solamente con las personas que existen actualmente, sino con relación a las personas de toda la historia de la humanidad. Esa conciencia nos hace descubrir el valor inmenso que cada uno tiene.

Como consecuencia cada uno tiene una misión muy específica en su existencia. No es una casualidad que existas. Solamente en cuanto yo me descubra a mí mismo y entre en sintonía conmigo mismo, podré dar inicio a esa misión.

2. Seamos responsables con nuestra libertad

A partir de este punto, surgen dos «áreas de sentido» —término utilizado mucho en la logoterapia— fundamentales: la elección y la responsabilidad. Ambas tienen que ver con el uso de nuestra libertad y conciencia.

En tanto crecemos en nuestra conciencia de cuál es el sentido de nuestra existencia, podemos elegir cumplir esa tarea, o vivir de cualquier otra manera, dejándonos llevar por nuestros caprichos, gustos o propios intereses.

¡Somos libres de hacer lo que queramos con la vida! Es cierto. Pero, dependiendo de la responsabilidad con la que tomo mis decisiones seré más o menos feliz. Lo correcto es asumir responsablemente nuestra misión o el papel que nos toca en el mundo, precisamente porque somos únicos e irrepetibles. Nadie más puede ocupar nuestro lugar.

3. No hay felicidad si no vivimos el amor

Finalmente, lo normal es que todo ese ejercicio de nuestra conciencia libre, haciendo una elección responsable para vivir de acuerdo con nuestra identidad, nos remita a trascender y salir de nosotros mismos.

Como personas estamos llamados al encuentro con los demás y por supuesto, con Dios mismo. Esa trascendencia, que me lleva al encuentro con otros, genera una realidad de comunión en el amor, que sacia el vacío que todos tenemos en nuestro interior.

Por ello, tomemos en serio esta breve reflexión, salgamos responsablemente al encuentro de los demás, viviendo el mismo amor que nos enseñó Jesucristo, para poder ser auténticamente felices. Recordemos los interrogantes del principio ¿quién soy?, te invito a meditar el día de hoy en esta pregunta.

 

Sí, Dios te ha hecho único y nadie más puede ocupar tu lugar en el mundo
Autor:
Pablo Perazzo en https://catholic-link.com/