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La fe se transmite en casa

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La familia es la principal fuente de transmisión de los valores religiosos y espirituales. Es ella la encargada de acercar los hijos a Dios y enseñarles la fe.

Difícil pero posible

Los padres tienen la inmensa dignidad de ser los primeros que abren el alma del niño al conocimiento y el amor de Dios, a las realidades del espíritu. Luego les acompañan en el camino de la fe hasta que sean cristianos maduros. Es una misión difícil, por la fuerte presión del ambiente, pero posible por el poder y la ayuda de Dios, del que los padres se hacen colaboradores. Dios ha confiado en ellos doblemente: al darles los hijos y al pedirles que les ayuden a crecer como hijos de Dios.


Las bases humanas: hijos fuertes
Los padres deben inculcar en los hijos todas las virtudes, sin descuidar aquellas que fortalecen la voluntad: el espíritu de sacrificio, la sobriedad, la generosidad. Son antídoto necesario ante la presión del consumismo, el hedonismo y el egoísmo que se cuela por todos los lados; sin fortaleza les faltará la base humana para hacer frente a esa presión.

Ir por delante: la vocación cristiana de los padres
Los hijos no pueden ir solos ni en lo humano ni en lo espiritual. Dios pide a los padres que vivan plenamente su vida cristiana, que tengan una vida de oración y sacramental intensa, que se esfuercen por cumplir con generosidad la voluntad de Dios en todas las facetas de su vida: el trabajo, la familia, las relaciones sociales, la diversión y todas las cosas pequeñas y ordinarias que constituyen la vida del hogar. Esa actitud de generosidad con Dios tiene que ser el ambiente, el caldo de cultivo, de una familia cristiana, en el que crecen interiormente padres e hijos. Unos se ayudan a otros con el ejemplo, con la oración, con la fuerte ayuda interior de la Comunión de los Santos.

El ambiente de una familia cristiana
Los padres transmiten la fe que viven, y a ellos les ayuda también la fe y la piedad que ven en los hijos. La piedad familiar ha de ser profunda y sencilla, vivida con naturalidad y sin imposiciones. La familia sale adelante rezando juntos y rezando unos por otros.

Los hogares cristianos son, en palabras de san Josemaría Escrivá, hogares luminosos, alegres. Con la alegría que da saber vivir contra corriente, con un tono decididamente sobrio, aunque llame la atención en una sociedad materialista obsesionada con tener cada vez más cosas; donde lo natural ha de ser la preocupación de unos por otros, la generosidad, la actitud solidaria ante los más débiles y los necesitados. En esa familia se vive, el cariño a la Iglesia, al Papa, a los sacerdotes, a las misiones, la ilusión apostólica. Se celebran con alegría el Domingo y las fiestas cristianas. Desde niños se muestran ejemplos no edulcorados de conducta cristiana: la vida de los santos y de tantos cristianos de toda edad y condición que han sido fieles, a veces en situaciones muy difíciles.

Dar razones y educar su libertad
Queremos que los hijos lleguen a tener un criterio propio, por eso no debemos imponer sin dar las razones que necesita cada hijo, distintas según su modo de ser y su edad. Los padres deben escucharles, esforzarse por comprender y vivir su mundo. Que los hijos vean que lo que dicen sus padres es realista; que no se debe a que son de otra época, a que no confían en ellos, o a que se ponen siempre en lo peor; sino a que conocen el mundo en el que los hijos se mueven y poseen una experiencia en la que se puede confiar.

Formar su conciencia y confiar, dar libertad progresivamente, desde pequeños y a la vez pedir responsabilidad. No pasar de una protección exagerada y deformadora a dar de repente una libertad absoluta, como por desgracia ocurre hoy tantas veces. Correr el riego de que se puedan equivocar y de que de hecho se equivoquen, y recogerles con serenidad, haciéndoles pensar, para que aprendan también del error.

Formación crítica
Tenemos que enseñar a los hijos a pensar; hablar mucho con ellos, disfrutar en un rato de tertulia todos juntos, y otras veces a solas, contarles cosas de la vida o comentar una noticia positiva, escucharles, conocer sus inquietudes. Debemos cultivar su espíritu crítico ante las manifestaciones de un planteamiento pagano de la vida, y esto desde que son pequeños. De modo natural, nacerá en ellos un sano sentido de superioridad.

En la formación intelectual es fundamental la colaboración de un centro educativo –escuela, colegio, universidad- que refuerce esta visión recibida en casa. Si esto no es posible, los padres han de estar presentes en el centro educativo, no sólo para que el centro sea respetuoso con los valores cristianos, también para promover, junto a los buenos profesores, que siempre los hay, iniciativas formativas que enriquezcan a los hijos y a sus compañeros. Los padres siempre han de seguir siempre la maduración intelectual de los hijos, también si el colegio es de confianza, porque no basta que oigan las cosas, hay que ver si asimilan lo que se les enseña, resolver sus dudas y, si es el caso, contrarrestar las visiones deformadas o complementar las carencias.

Prepararles para seguir su propio camino
Toda verdadera educación nace del amor, y por lo tanto es desprendida. Los padres no han de buscar proyectarse en los hijos. Deben ayudarles a encontrar y a seguir su propio camino, su vocación profesional y cristiana. Llegado el caso de que el hijo, o la hija, les plantee una elección seria, han de ofrecerles su consejo, pero siempre con una actitud de respeto.

Aceptar también que se rebelen, incluso que se alejen y rechacen la vida cristiana. La actitud de los padres en momentos de crisis es clave para que los hijos vuelvan. Los hijos han de verles serenos, con una actitud dialogante, firme en lo necesario, flexible en lo convencional. Son tiempos, a veces largos, en los que se ha de confiar en Dios, que es más padre y madre y quiere más que nosotros a ese hijo, y en el poder de la oración. Ha de ser una esperanza alegre, porque los dramatismos y la amargura alejan. Seguimos confiando en ese hijo, en esa hija, y sobre todo en Dios, que es siempre fiel a su paternidad: aunque ellos se alejen de Dios, Dios no se aleja de ellos. Tampoco los padres se deben alejar del hijo, su actitud ha de ser siempre cercana y acogedora.

El aprendizaje del amor. Una actitud abierta a los demás
El amor de los esposos es la primera escuela del amor. Es clave la actitud generosa ante la vida, también porque los hermanos son una gran ayuda para aprender a querer y a ser generoso. Preparar para el amor humano, tratar del origen de la vida con cada hijo, de modo progresivo, claro, natural, adecuado a lo que necesita conocer en cada momento. Saber adelantarse para que conozcan por sus padres las dificultades que pueden encontrarse, el modo de evitarlas, de luchar y el daño que les puede hacer no enfrentarse a ellas.

La familia ha de tener una actitud abierta a los demás. Es la primera escuela de la caridad cristiana. La preocupación por los enfermos, los ancianos, la ayuda a los necesitados, la han de aprender de sus padres y la han de vivir ellos, de modo adecuado a su edad. Es un modo vivo de comprender la dignidad de toda persona. Que sean conscientes de que aún más graves que las carencias materiales son las carencias espirituales: la soledad, la falta de esperanza y sobre todo la falta de Dios.

Actitud abierta al mundo que es de ellos. La nueva evangelización es una tarea a la que todos estamos llamados. Saber presentar la belleza y la armonía de la visión cristiana del hombre y de la sociedad, que propone siempre soluciones respetuosas con la libertad del hombre y su dignidad.

 

 

 

 

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