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Jesús y la mujer adúltera (poema)

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Era el tiempo en el que sin nombre se celebraba en el mundo el sacrificio fecundo de la redención del hombre.

En el que se ignoraba el bien que la humanidad lograba, y en el que el Dios Hombre vagaba en torno Jerusalén.

Un día en el que el redentor, cerca  a la ciudad andando, cual siempre iba predicando la caridad y el amor, sordo rumor popular sus oídos llegó a herir, cual suele a veces rugir desde sus antros el mar.

Una mujer acosada. por la turba perseguida, la vista desvanecida, la cabeza ensangrentada, llegó en alas del terror. ¡Pobre ante tanto enemigo, buscando amparo y abrigo a los pies del redentor!

- ¿Qué hacéis y por qué intentáis castigar a esta mujer? ¿Cuál pudo su crimen ser cuando así la amenazáis? - Dijo, y la turba, más fiera, al ver la presa escapada, a una voz lanzó agitada su acusación justiciera.

- “No la acojas, no has de oír su congoja aunque te llame, es adúltera, es infame, es nuestra y debe morir”.

Miró Jesús a la impía, alzó los ojos al cielo, cogió una piedra del suelo que cerca de sí tenía…

- “Es justo”, dijo calmando la tempestad con su acento- “Dadle el castigo al momento que ella presiente temblando. La justicia de la tierra cumplid porque es implacable. ¡Comenzad!, que el impecable tire la primera piedra.

Los brazos no se movieron, los ojos no se miraron. Todas las bocas callaron, todas las piedras cayeron…

Alzó la mujer su sien, la turba se desbandó y Jesús siguió su marcha a Jerusalén.


 

 

 

 

 

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