En el actual contexto social, la transgresión de los valores tradicionales suele ser percibida como algo positivo, divertido, políticamente correcto y muchas veces necesario por la mayoría de políticos a la caza del voto, por los medios de comunicación y por una gran parte de la sociedad en general. Transgredir está de moda y ya hace años que esta actitud se ve reflejada en la estructura familiar, entre otros ámbitos. La tendencia a la precariedad en las relaciones de pareja conduce a que cada 4 minutos se rompa un matrimonio en España, según un informe realizado por el Instituto de Política Familiar. Por otra parte, es de todos conocido que las separaciones y divorcios son motivo de sufrimiento para ambas partes, pero sobre todo suelen causar problemas psicológicos a largo plazo a los hijos afectados. A todos estos datos, viene a sumarse ahora uno nuevo: Un estudio de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona revela que una tercera parte de los separados y divorciados en la capital catalana acaban sufriendo una situación de pobreza y precariedad económica.
Según el estudio de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), las rupturas familiares son la causa de un nuevo modelo de pobreza que afecta, sobretodo, a la mujer. Los divorcios y las separaciones matrimoniales conllevan un riesgo añadido que favorece una emergente situación de precariedad económica, en la que también influyen otros factores de edad y género. Sebastián Sarasa, profesor de la citada universidad, ha presentado un informe sobre la pobreza y la exclusión en Barcelona que llega a esta conclusión, entre otras relacionadas con la mendicidad, cruzando y comparando diversos indicadores sociales y económicos entre los años 1996 y 2000.
El IPF ha dado la voz de alarma al constatar que, desde 1992 hasta hoy, el incremento de matrimonios rotos se ha disparado espectacularmente. Estamos hablando de un incremento del 72 por ciento, frente al estancamiento en todos estos años de la cifra de enlaces matrimoniales, que rondan las 200.000 parejas anuales. "La situación es tal que las rupturas matrimoniales están creciendo a ritmos más acelerados que la creación de nuevos matrimonios", señala Eduardo Hertfelder, presidente del IPF.
Los niños, los grandes perdedores
Las causas de este fenómeno sociológico, según señala la psicóloga Patricia Martínez, que ha participado en el estudio del Instituto de Política Familiar, hay que buscarlas "en la precariedad de las relaciones de pareja, generada sobre todo por el cambio cultural, la pérdida de valores religiosos y morales, la incorporación de la mujer al trabajo y la falta de colaboración de los varones en las tareas domésticas". Desde que entró en vigor la Ley del Divorcio en 1981, 4 millones de españoles se han visto afectados por los cerca de 1,5 millones de rupturas matrimoniales. Y el informe hace hincapié en que, de esta cifra, "más de un millón de afectados son niños, una situación que puede calificarse como dramática en términos de trastornos de la personalidad, fracaso escolar, etcétera", según afirma Hertfelder.
Los niños, al igual que ocurre en los casos de maltratos y en las guerras, son las víctimas sin voz ni voto en las decisiones de los adultos, en este caso en lo concerniente a la ruptura del núcleo familiar. Cabe añadir que, en el caso de las separaciones, la precariedad de las relaciones de la pareja a la que hacíamos referencia lleva en ocasiones a uno de los dos cónyuges a buscar refugio en una tercera persona, lo que se traduce en que uno de cada cinco niños proviene de una relación extramatrimonial. Los niños, además, se enfrentan a situaciones inestables, sin los referentes definidos de un padre y una madre que aporten la necesaria sensación de seguridad que garantiza un matrimonio estable.
Para corroborar hasta qué extremo pueden afectar las separaciones a los hijos, una investigación publicada en el JOURNAL OF FAMILY STUDIES ha demostrado que la mayoría de bebés y niños que se ven sometidos a los cambios propios de vivir con padres divorciados, alternando su vida diaria en los hogares de ambos, desarrollan problemas psicológicos a largo plazo. Según esta investigación, alternar la convivencia entre padres separados ocasiona "problemas de relación" en el 60 por ciento de los niños menores de 18 meses. A largo plazo, estos niños crecen con "niveles alarmantes de inseguridad emocional y una baja capacidad para regular emociones fuertes" durante su juventud y la posterior etapa de adultos.
Feminización de la pobreza
El estudio presentado por Sebastián Sarasa, relativo a la pobreza derivada de las separaciones y divorcios, pone también de manifiesto una característica propia de este nuevo fenómeno emergente: la llamada feminización de la pobreza. Cuando se produce una ruptura matrimonial, tanto el hombre como la mujer suelen padecer trastornos emocionales, psíquicos o económicos, pero es ella la que se suele llevar la peor parte. La feminización de la pobreza queda confirmada por indicadores que revelan que un 37 por ciento de las mujeres que sólo tienen estudios primarios están en una clara situación de carestía económica y representan un 62 por ciento de los perceptores de la renta mínima de inserción.
La feminización de la pobreza viene a establecer que hombres y mujeres experimentan una realidad de escasez económica de forma muy diferente. A la mujer le resulta mucho más complicado salir de esa situación debido a la cantidad de estereotipos y discriminaciones a las que está sometida. La desigualdad de oportunidades en el acceso al empleo, la exclusión de que es víctima por lo que muchas empresas consideran "las obligaciones domésticas" (entre las que se incluye el hacerse cargo de los hijos pequeños, que las lleva a acceder a puestos de trabajo peor considerados y retribuidos que los de los hombres) y la precariedad laboral, que incide más en las mujeres y las hace más presentes en la economía sumergida, son sólo algunos de los ejemplos que conducen a la feminización de la pobreza. A todo ello, cabe añadir la responsabilidad que tienen sobre los hijos, sobretodo en el caso de los más pequeños, dado que normalmente son las mujeres las que cargan con esa tarea afectiva, formativa y de manutención. Asumir el doble rol de trabajadora y madre de familia, sin la colaboración y presencia del padre, no es tarea fácil, especialmente si la situación económica es precaria.
En numerosas ocasiones nos hemos referido a las negativas consecuencias que acarrea para la sociedad, actualmente y de cara al futuro, una educación exenta de valores tradicionales y basada en buena medida en la transgresión y en una visión hedonista y materialista de la realidad que nos rodea. El sustento de esos valores se perfila como algo imprescindible en el caso de las rupturas familiares, que afectan principalmente, como hemos dicho, a los niños. La Santa Sede ha recordado siempre ante las Naciones Unidas, que la mejor manera de mejorar la dramática condición de la infancia es apoyar a la familia.
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