Sin embargo, en el movimiento feminista convencional abunda el tono catastrofista trufado de ideología de género, según dice la filósofa norteamericana Christina Hoff Sommers en una conferencia de la que ofrecemos un extracto. Hoff Sommers propone cambios para que el feminismo deje de ser un cenáculo dominado por radicales y se abra a las aspiraciones reales de la mayoría de las mujeres.
A mi juicio, el movimiento feminista contemporáneo está perjudicando la noble causa de la emancipación de las mujeres al menos de tres modos.
Primero, tiene una visión muy negativa de los hombres; segundo, exagera desaforadamente la opresión que dice sufren las mujeres norteamericanas; y tercero, se adhiere dogmáticamente a la idea de que hombres y mujeres son esencialmente iguales.
De admirada a traidora
Hasta los noventa, yo era una profesora feminista bien situada. Me invitaban a intervenir en congresos feministas y me pedían que revisara artículos para una publicación de pensamiento feminista. Mis cursos en la Clark University estaban incluidos en el plan de la especialidad de Estudios sobre la Mujer. Todo cambió cuando en 1994 publiqué un libro titulado Who Stole Feminism? El libro era totalmente feminista, pero rechazaba la idea de que las mujeres
americanas estuvieran oprimidas.
Sostenía que el feminismo había logrado la mayor parte de sus objetivos, que en los años noventa las mujeres americanas se contaban entre las más libres del mundo. Ya no era muy razonable afirmar que estaban mucho peor que los hombres. Sin duda aún había desigualdades, pero decir que la sociedad americana era un “patriarcado” o que las mujeres americanas eran ciudadanos de segunda clase, era francamente absurdo.
Cuando apareció el libro, algunas feministas destacadas se mostraron de acuerdo conmigo; incluso recibí algunas felicitaciones, pero no muchas. En general, el establishment feminista estaba indignado y me prodigó sus críticas por mis herejías. Muchas líderes y escritoras feministas estaban convencidas de que Estados Unidos era un patriarcado opresivo. No aceptaron mi llamada a la moderación. Hubo quienes me llamaron reaccionaria, traidora a mi género, enemiga de las mujeres.
El feminismo de la igualdad
No es mi intención alentarles a condenar aquel feminismo clásico que consiguió para las mujeres el derecho al voto, la igualdad de oportunidades en la educación y muchas otras libertades. Soy una defensora apasionada de ese estilo de feminismo, que denomino feminismo de la igualdad. Este feminismo quiere para la mujer lo que quiere para todos: un trato justo, respeto, dignidad.
Promueve la armonía y la buena voluntad entre los sexos y puede contribuir a que en el mundo haya más cordura, felicidad y ética.
El feminismo de la igualdad no es nuevo: tiene sus raíces en la tradición política del liberalismo clásico que surgió en la Ilustración europea. Fue el liberalismo clásico el que inspiró la primera ola del feminismo en el siglo XIX, que obtuvo el derecho de voto para la mujer. El liberalismo clásico inspiró también la segunda ola de los años sesenta y setenta, que logró nuevos avances de las libertades y oportunidades de las mujeres. El feminismo de la igualdad ha sido sin duda un gran éxito en Estados Unidos.
Las mujeres americanas están prosperando. Por poner solo algunos ejemplos tomados de la enseñanza superior: hoy las mujeres obtienen el 57% de las licenciaturas, el 59% de los títulos de máster y el 50% de los doctorados. En todos los grupos raciales y étnicos estudiados por el Departamento de Educación norteamericano, las jóvenes están superando a los varones.
¿Es todo perfecto para las mujeres? Ciertamente no; pero tampoco para los hombres. El hecho es que se han ganado las batallas más importantes por la igualdad de oportunidades y de trato para las mujeres americanas. Es verdad que aún no tienen resuelto el problema de conciliar familia y trabajo; que no sabemos cómo hacer para que más mujeres jóvenes se interesen por entrar en la política o en campos como matemáticas, informática o ingeniería.
Pero en general, las mayores batallas pendientes del feminismo de la igualdad en el siglo XXI no están aquí, sino en países donde las mujeres están siendo realmente oprimidas. Hay muchos lugares del mundo, especialmente en Oriente Medio y África, donde las mujeres no han conocido aún una brisa de libertad, mucho menos dos grandes olas de liberación. Creo que la liberación de la mujer en los países en vías de desarrollo será la principal lucha por los
derechos humanos en nuestro tiempo.
El feminismo victimista
¿Por qué, entonces, despierta tanta oposición mi postura y la de otras feministas de la igualdad como Camilla Paglia, Daphne Patai o la desaparecida Elisabeth Fox-Genovese?
Si uno oye a alguna conferenciante feminista, se matricula en un curso de introducción a Estudios sobre la Mujer o visita la web de algún grupo feminista, no encontrará muestras de satisfacción por los éxitos del feminismo de la igualdad, por las libertades y oportunidades de que hoy disfrutan las mujeres en Estados Unidos. Ahora la corriente dominante no es el feminismo de la igualdad, sino el “feminismo victimista”. Sus representantes no quieren oír hablar de logros de la mujer. Se centran en nuevos casos –a menudo inventados– en que la mujer se puede considerar oprimida o subordinada al varón. Cuando critico al feminismo contemporáneo, me refiero a esta modalidad.
Muchas activistas y académicas feministas están convencidas de que las investigaciones feministas han revelado y denunciado la existencia de un sistema sólido y poderoso con el que los hombres siguen dominando y oprimiendo a las mujeres: lo llaman el sistema sexo/género.
Sandra Lee Bartky, profesora de filosofía de la Universidad de Illinois, parafraseando a la socióloga Gayle Rubin, ha definido el sistema sexo/género como “un complejo proceso por el que niños bisexuales son transformados en personalidades de género masculino o femenino, uno destinado a mandar, el otro a obedecer”. Cuando leí esta cita a mi marido, preguntó: ¿ahora qué sexo es el que tiene que obedecer?
El feminismo de género tiende a ver la masculinidad convencional como una patología y como el origen de muchos de los males del mundo. Pero la mayoría de los hombres no son unos brutos, ni unos opresores. Sin duda, algunos son unos despreciables neandertales por los que no tengo simpatía alguna. Pero confundirlos con la mayoría de los hombres es patentemente sexista. El feminismo contemporáneo escoge los casos extremos de masculinidad patológica y los considera como la norma en el hombre.
Datos inexactos
Paso a mi segunda objeción contra el feminismo de hoy: su temeraria indiferencia por la verdad. Para escribir mis libros examiné con cuidado algunas afirmaciones feministas muy difundidas sobre mujeres y violencia, depresión, trastornos alimentarios, igualdad salarial y educación. Me di cuenta de que la mayoría –no todas– de las estadísticas sobre víctimas eran, en el mejor de los casos, equívocas, y en el peor, completamente inexactas.
Voy a dar unos ejemplos de lo que encontré sobre el tema de la violencia doméstica en un conocido manual de derecho. Nancy Lemon, profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad de California en Berkeley, es una autoridad en violencia doméstica. Es la editora de Domestic Violence Law, con dos ediciones (2001 y 2005), que la web de la Facultad de Derecho de Berkeley describe como “el manual imprescindible sobre la materia”.
Joan Zorza, que colabora en el libro, escribe que “entre el 20% y el 35% de las mujeres que acuden a las urgencias de los hospitales en Estados Unidos lo hacen por motivos de violencia doméstica”. Se trata de un tópico consolidado del canon feminista. Pero es falso. Hay dos estudios serios sobre los ingresos en urgencias: uno de la Oficina de Estadísticas Judiciales y otro de los Centros para el Control de Enfermedades. Los resultados de ambos indican que la
violencia doméstica es un problema grave, pero está muy abajo en la lista de razones por las que las mujeres acuden a urgencias. De las mujeres atendidas en urgencias, aproximadamente el 0,5% van por lesiones causadas por violencia doméstica.
Lo que ayuda a las mujeres
Quizá ustedes piensen que, como la literatura feminista es amplia y compleja, no puede menos de haber algunos errores. Pero yo y otros investigadores no hemos encontrado “algunos errores”. Hemos encontrado una gran masa de información descaradamente falsa. Es más, las feministas que difunden estadísticas falsas creen que son ciertas. Esto ayuda a explicar su antipatía a críticos como yo, su alarma ante la masculinidad y su convicción de que las mujeres norteamericanas comparten las cadenas de la opresión con las mujeres de otros países como Afganistán.
¿Importa algo que en el núcleo del feminismo contemporáneo haya un gran cuerpo de datos cuestionables? ¿Importa algo que los líderes del feminismo en Estados Unidos piensen y digan tantas cosas desmesuradas? La respuesta es un sí rotundo. Primero, para las mujeres que verdaderamente están en riesgo de sufrir violencia o discriminación serían de gran ayuda investigaciones veraces y de calidad. La situación de las mujeres no mejora con política de género y exageraciones, por mejor intencionadas que sean. Las tergiversaciones casi siempre nublan las auténticas causas del sufrimiento y estorban los genuinos esfuerzos para prevenirlo.
La verdad está del lado de la compasión.
En segundo lugar, las afirmaciones falsas, las hipérboles y las alarmas infundadas perjudican la credibilidad y eficacia del feminismo en general. El mundo necesita con urgencia un movimiento feminista ponderado, responsable y basado en la realidad. Por último, como profesora de filosofía y como persona que aprecia la racionalidad, la investigación objetiva y la integridad intelectual, me sigue consternando encontrar distinguidos profesores de universidad y prestigiosos editores que diseminan falsedades.
Puedo imaginar las protestas de algunos: “Usted ha encontrado un montón de estadísticas falsas, y estamos de acuerdo en que deberían corregirse. Y sí, hay algunas feministas que exageran. Pero ¿y las estadísticas exactas que muestran que las mujeres están lejos de la igualdad con los hombres en Estados Unidos? ¿No es verdad, después de todo, que una mujer con jornada completa gana aproximadamente el 76% de lo que gana un hombre? ¿No es cierto que en Estados Unidos sólo el 15% de los escaños en el Congreso están ocupados por mujeres? ¿No es verdad que las mujeres siguen estando subrepresentadas en lo alto de la jerarquía de las empresas, la ciencia y la tecnología?”
No niego nada de eso, pero no veo razón para aceptarlo ciegamente, lo que me lleva a la tercera razón por la que pienso que el feminismo actual ha tomado un giro errado. Las razones por las que existe una diferencia salarial y por las que hay más hombres que mujeres en ámbitos como la ingeniería o la física tal vez tengan poco que ver con discriminaciones u opresión, y mucho con que hombres y mujeres tienen –por término medio– diferentes preferencias en la vida. No descarto la posibilidad de que en algunos ámbitos persistan discriminaciones injustas –de hecho, estoy segura de que las hay–, pero existe también otra explicación, convincente y poderosa, para las diferencias que persisten.
Como feminista de la igualdad, acepto que hombres y mujeres puedan ser diferentes en su configuración psicológica y cognitiva. Aunque el ambiente y la socialización tienen mucha influencia, desde hace 30 años un creciente cuerpo de investigaciones en neurociencia, endocrinología y psicología sugiere que algunas diferencias de aptitudes y preferencias entre los sexos tienen base biológica.
Los hombres, por lo general, poseen mejores aptitudes mecánicas y espaciales; las mujeres les ganan en las verbales. En 1998 David Geary, psicólogo de la universidad de Missouri, publicó, bajo los auspicios de la Asociación Americana de Psicología, un resumen de la literatura existente sobre las diferencias sexuales, titulado “Masculino y femenino”. Tiene cerca de 50 páginas con notas al pie y artículos revisados por especialistas, según los cuales hay diferencias innatas. Esos estudios no tienen la última palabra, pero ciertamente no se puede ignorarlos o despreciarlos.
Si estos estudios son medianamente fidedignos, podrían explicar por qué las mujeres están mucho más inclinadas que los hombres a cuidar niños o a trabajar en campos como la enseñanza, la asistencia social, la enfermería o la pediatría, y por qué los hombres están ampliamente sobrerrepresentados en materias como la mecánica de helicópteros, la ingeniería hidráulica o la carrera militar. Quizá la madre naturaleza no obedece las reglas de la corrección
política.
En una sociedad que reconoce la diferencia, sigue habiendo mucho campo para el feminismo de la igualdad. Al fin y al cabo, siempre habrá gran número de mujeres que se salen de los estereotipos, y no hay derecho a frenar su avance. Las feministas de la igualdad queremos ver más mujeres que sean presidentes de empresas, premios Nobel y pilotos de carreras. El feminismo de la igualdad vigila el cumplimiento del principio de igualdad de oportunidades para todos. Pero, a diferencia del feminismo de género, no insiste en la igualdad de resultados. Por el contrario, la igualdad de resultados –dadas las genuinas diferencias en las preferencias de hombres y mujeres– conduciría a un nuevo tipo de discriminación.
Por un feminismo inclusivo
En resumen, se puede reprochar al feminismo contemporáneo su irracional hostilidad hacia el hombre, su mal uso de datos y estadísticas y su incapacidad para tomar en serio la posibilidad de que hombres y mujeres sean iguales pero diferentes.
Sin embargo, me complace decir que en el feminismo contemporáneo hay cosas que me gustan mucho. [Hoff Sommers refiere aquí algunos ejemplos de proyectos feministas, como el llamado Equality Now, que luchan por el reconocimiento de los derechos de las mujeres en países del Tercer Mundo.]
Hay, pues, mucho de valioso, responsable e incluso heroico en el feminismo contemporáneo. Pero si el movimiento en su conjunto quiere seguir siendo relevante y eficaz en la lucha contra la crueldad y la injusticia sexista, va a tener que cambiar. Tendrá que moderar su retórica contra los hombres, ser cuidadoso con la verdad y la exactitud.
Finalmente, y tal vez más importante, debe convertirse en un movimiento inclusivo: tiene que ofrecer un lugar en su mesa a las mujeres conservadoras o moderadas.
En su libro Two Paths to Women’s Equality (1995), Janet Zollinger Giele, profesora de Brandeis University, explica cómo en Estados Unidos las mujeres no lograron el derecho al sufragio hasta que los grupos progresistas (dirigidos por Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony) se aliaron con mujeres conservadoras (dirigidas por Frances Willard, presidente de la Women’s Christian Temperance Union).
Unos pequeños grupos de feministas de izquierdas no van a conseguir derrotar el tráfico sexual, la mutilación genital femenina, las violaciones masivas en tiempos de guerra o las lapidaciones. La historia recordará su fracaso. Pero ¿qué ocurría si Equality Now siguiera el ejemplo de Stanton y Anthony y formara una alianza con mujeres moderadas y conservadoras, y aun con las creyentes tradicionales?
El establishment feminista actual tiende a tener una visión negativa de las mujeres con convicciones religiosas y centradas en la familia. Pero la historia enseña que tales mujeres tuvieron una importancia crucial en movimientos de liberación, desde el abolicionismo al sufragismo. Ellas podrían tener la clave del éxito en la organización de un movimiento internacional de mujeres eficaz. En primer lugar, son numerosas. En Estados Unidos hay diez millones de mujeres evangélicas. Muchas de ellas podrían ser movilizadas a favor de las causas tan nobles y humanitarias de Equality Now. Cuando se alíen con las fuerzas progresistas y conecten con grupos de mujeres de otras partes del mundo, la historia indica que podrían vencer.
En otro tiempo, el título de esta conferencia era “Rechacemos el feminismo contemporáneo”; pero después lo cambié. No creo que debamos rechazar el feminismo contemporáneo.
Debemos reformarlo, corregir sus excesos, insistir en que se dé voz a las feministas moderadas y conservadoras, y luego contribuir a escribir el siguiente gran capítulo de la historia de la búsqueda de la libertad para las mujeres.
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