La alegría de despertar un nuevo día llena nuestro corazón de felicidad, un día más que pasará en la vida de cada uno de nosotros gracias a tu presencia y tu bondad. Este sábado, sexto día de novena y día dedicado a nuestra madre santísima con más razón te damos gracias, María, porque tú «sí», nos ha enseñado otra forma de servicio.
María no se encierra, sino que va a cuidar a su prima. Al igual que la Virgen, nosotros podemos ser para los demás la mirada, la sonrisa, los brazos, las manos y la alegría de Dios.
María no se da importancia a sí misma. No piensa: “como soy la madre de Dios, yo soy la importante; soy yo la que tiene que ser el centro de atenciones y cuidados”. No, María no piensa así; su modo de pensar es distinto: “por ser la más digna, tengo que ayudar más”.
No se encierra en casa, sino que va a cuidar a su prima. Y no es la prisa alocada, sino la prisa de la ternura, del servicio desinteresado y generoso.
Y de ese encuentro surge la alegría. La alegría profunda de María e Isabel; una alegría que llena sus vidas.
Nuestro sexto día de la novena nos ayude a descubrir en la humildad y la sencillez de María santísima nuestra madre, la forma de hacer la voluntad del padre celestial para que podamos aprender a servir caminando al encuentro de nuestros hermanos. Ayúdanos, señor a vivir la esperanza, como un signo de confianza que nos lleve a encontrar la mirada, la sonrisa, y los brazos de Dios. En esta recta final de nuestra travesía te pedimos la firmeza de nuestro corazón para disponer alegremente el sitio donde has de nacer, que no es otra cosa más que nuestro propio corazón. Amén.
Un muy feliz y anhelado fin de semana.
“En la cercanía de la Navidad, contigo Juan, queremos ser testigos de la luz. Queremos salir al encuentro de nuestros hermanos para anunciar que el Señor es nuestra esperanza. Queremos ser testigos del mesías porque su luz es certeza para nuestro caminar, es aliento en nuestras labores y esperanza en nuestro diario caminar”.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
El evangelista nos dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa, sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando, de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él. (Ángelus, 23 de diciembre de 2018)