Comienza un nuevo día para alabarte, bendecirte y darte gracias, por el don de la vida. Porque sabemos que Tú esperas mucho de nosotros y queremos hacer las cosas que te agradan. Señor, sabemos que eres nuestro hermano, que nos llamas, nos esperas y estás atento a nosotros en cada momento de nuestras vidas. Nuestra oración llegue a ti como un aliento de esperanza y un grito de confianza que brotan de la pobreza de nuestros corazones. Y si alguna vez tienes que negarnos cuando te pedimos cosas inconvenientes o inútiles, danos lo que realmente necesitamos y guarda viva nuestra confianza de que tú eres bueno y cariñoso con nosotros, nos amas y nos das sólo lo que nos conviene. Perdona las ocasiones en que desesperamos porque no recibimos lo que pedimos y nos disgustamos y caemos en debilidades espirituales. Que seamos como la viuda, que se acoge en oración constante para pedir justicia antes que bienes materiales. Para esto necesitamos de una fe grande y viva, ya que el Padre escucha siempre al que clama en humildad y sencillez.
Concédenos un fin de semana en el que nuestro descanso sea reparador de fuerzas y gocemos de la felicidad y alegría compartidos en nuestros hogares. Permítenos que en nuestros sentimientos podamos decir con el salmo “DICHOSO QUIEN TEME AL SEÑOR”. Gracias, Señor, por tu bondad y misericordia. Confiamos en tu generosidad y a Ti nos acogemos. A Ti clamamos y a tu amor confiamos. Amén.
En este día celebramos a santa Isabel de Hungría la patrona en nuestra Arquidiócesis pidamos que ella nos ayude a que perseveremos y seamos constantes y que no desfallezcamos para confiar plenamente en que el Padre Celestial nos hará justicia. Un muy feliz y santo fin de semana.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Dios nos invita a orar con insistencia no porque no sabe lo que necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo sobre nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él a nuestro lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia, también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia —como Moisés, que debía tener los brazos levantados para que su pueblo pudiera vencer (cf. Ex 17, 8-13). Es así: hay una lucha que conducir cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe. Por ello Jesús nos asegura la victoria, pero al final se pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Si se apaga la fe, se apaga la oración, y nosotros caminamos en la oscuridad, nos extraviamos en el camino de la vida. (Ángelus, 20 de octubre de 2013)