Alabamos, bendecimos y glorificamos tu Santo nombre, Señor, y te damos gracias por este nuevo amanecer que colocamos en tus manos. Guíanos para que nuestro caminar sea perfecto en tu amor y tu bondad. Gracias por el don del amor, que te pedimos sea abundante para compartirlo. Tú eres amor, el amor mismo personificado. Sabemos que tú nos amaste primero antes de que nosotros pudiéramos amarte.
Te pedimos que la experiencia inolvidable de tu “querido apóstol” Juan llegue también a ser nuestra profunda y sincera experiencia.
Que el amor que nos has mostrado nos mueva a amarte muy profundamente y que este amor lo riegues también a nuestros hermanos que encontramos en nuestro diario vivir.
Juan insiste en que nos deberíamos amar unos a otros como Tú nos amas y Tú nos pides vivir en Ti, como vives en nosotros. Que ojalá nosotros permanezcamos y crezcamos en tu amor. Que, siendo también testigos de tu bondad, podamos exclamar a los demás como lo hizo Juan: «es el Señor» y que corramos para llegar a tu encuentro y ser testigos de tu verdad. Para ello, que tu bendición, la del Padre y la del Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre. Amén.
Feliz, santo y testimonial sábado
Palabra del Papa
¿Dónde está la novedad a la que se refiere Jesús? Radica en el hecho de que él no se contenta con repetir lo que ya había exigido el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18; cf. Mt 22, 37-39; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre («como a ti mismo»), mientras que, en el mandamiento referido por san Juan, Jesús presenta como motivo y norma de nuestro amor su misma persona: «Como yo os he amado». Así el amor resulta de verdad cristiano, llevando en sí la novedad del cristianismo, tanto en el sentido de que debe dirigirse a todos sin distinciones, como especialmente en el sentido de que debe llegar hasta sus últimas consecuencias, pues no tiene otra medida que el no tener medida… El áureo texto de espiritualidad que es el librito de la tardía Edad Media titulado La imitación de Cristo escribe al respecto: «El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana (…), porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien (libro III, cap. 5). (Benedicto XVI, Audiencia 9 de agosto de 2006)
ORACIÓN
Señor Jesucristo, fuente de toda autoridad y verdad, reconocemos que a menudo, como aquellos que te desafiaron, buscamos pruebas visibles y fáciles para creer y seguirte.
Te pedimos perdón por las veces que hemos dudado o exigido señales espectaculares para validar tu mensaje. Ayúdanos a tener la fe de aquellos que creen sin ver, y a reconocer la señal más grande que nos has dado: tu sacrificio y tu resurrección. Amén.
Reflexión del Evangelio por P. Luis Alberto Tirado Becerril, misionero del Espíritu Santo
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. Qué delicadeza tiene este santo varón para narrar lo sucedido y para comportarse frente a lo acontecido. En primer lugar, no se llama Juan a sí mismo, cuando habla de sí en el Evangelio, sino que habla del discípulo amado, para que también nosotros, que somos discípulos amados, podamos comprendernos dentro de la escena y también nosotros con san Juan podamos ver y creer.
En segundo lugar, notemos como san Pedro y san Juan, salen corriendo juntos al sepulcro después de conocer el aparente robo del cuerpo de Jesús. Evidentemente Juan llegó antes, pues era mucho más joven, pero a pesar de haber llegado, ha comprendido que se acercaba a un lugar santo y sin dejarse llevar por el impulso de constatar si era verdad la terrible noticia que le habían dado; ha sabido esperar a aquel que Jesús había constituido cabeza del colegio apostólico: ha sabido esperar a Pedro, aunque él haya llegado más rápido, le ha dado su lugar, ha respetado su ministerio y, por lo tanto, ha respetado el querer de Dios.
De esta manera el Señor nos enseña en el Evangelio que, aunque lleguemos o creamos llegar más rápido que Pedro o ahora su sucesor en turno, es necesario actuar como san Juan: reconocer el ministerio petrino, darle su tiempo a quien ahora desempeña dicho ministerio, dejar a un lado la pretensión de querer establecer qué tiene que decir, hacer o decir y cuándo tiene que hacerlo.
Esto es especialmente importante en estos tiempos en los que, a través de las redes sociales, somos informados o malinformados y una expresión puede causar gran confusión. Hermano, hermana, estate vigilante frente a todo aquello que te haga entrar en división con el sucesor de Pedro o con la Iglesia: una cosa es informarte y formarte un criterio, pero otra muy distinta es albergar la idea del distanciamiento con Roma.
Y he aquí la tercera enseñanza que quiero recalcar y ahora en relación con todos los que te rodean. Al llegar al sepulcro, san Juan permaneció afuera, supo controlar sus impulsos, sus deseos y su querer y supo ordenar todo ello al querer de Jesús. Ese es el camino que tenemos que seguir para poder ser auténticos cristianos. Basta ya de querer imponer tu voluntad o querer ser reconocido o aplaudido.

