Bello y hermoso despertar, no podía ser de otra manera; una radiante mañana soleada porque ha nacido nuestro Redentor, se ha manifestado el amor, la bondad y la misericordia en un recién nacido. Gracias, Señor, por habernos dado la ocasión y la alegría de poder expresarlas en la felicidad en tu nacimiento. Ahora ya no tenemos expectativas, sino que tenemos la certeza de que tú estás en medio de nosotros y has nacido en nuestros corazones, en nuestras familias, en todas las actividades que realizaremos durante la semana que continúa; una semana corta pero llena de ese sentimiento tan bello que hemos podido compartir en la noche. Sentimos que el corazón palpitaba. Era la presencia plena, era la luz, el lucero que nos iluminaba. Ahora es una estrella radiante, una estrella que ilumina nuestro caminar.
Gracias, Señor, por manifestar tu esperanza en medio de nosotros, porque tenemos la seguridad de que ahora en adelante caminaremos en tu presencia porque llenamos nuestros corazones de esa reconciliación tan linda que hemos tenido la noche anterior, el verdadero privilegio de sentir en nuestros corazones, ese canto tan hermoso: ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor! Ese es el grito que llevamos ahora en nuestro corazón, que se llena de esperanza sobre todo de tu presencia. Gracias, Señor, porque en nuestras familias comenzamos a vivir una nueva experiencia del recién nacido, donde la Sagrada Familia tuvo estos momentos de dificultad, el lugar donde nació nuestro redentor; las angustias de san José para conseguir el sitio donde había en nacer nuestro salvador. Ahora todo eso ha quedado atrás, porque en este humilde Pesebre, en esta humilde chocita, en ese humilde humilladero, Está el verdadero amor que se llena ahora de la riqueza grande de la presencia de tu vida. Gracias, Señor, porque has nacido en cada corazón, por darnos nuevamente la ocasión de sentir la verdadera esperanza— que comenzamos a vivirla— de una manera tan plena y tan hermosa.
Embriagados en tu amor, porque has nacido en nuestros corazones, te damos gracias por lo vivido y por sentir tu presencia en familia, con los que nos rodean. Gracias por haber experimentado tu amor en cada abrazo, en cada palabra de saludo que dimos y recibimos. Nos sentimos renovados en sentimientos de fraternidad, de servicio, entrega y disponibilidad, con corazón generoso y lleno de tu presencia para poderlo compartir. Hoy experimentaremos otra clase de saludo cuando digamos: “felices pascuas” porque estaremos deseando a todos los que saludemos una vida de felicidad, de confianza, de generosidad y de unidad. Que cada palabra y acción tenga tú inspiración y tu ternura. Nuestra Madre, que experimenta la alegría y el gozo de ver cumplidas las palabras del ángel, nos ayude y haga de nuestros corazones, templo de tu presencia y hogar de verdadera entrega. Amén.
Bendecidas pascuas y alegre día compartido en familia. Bendícenos abundantemente, Señor.