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Santos Testigos de la Misericordia:  San Juan XXIII y  San Juan Pablo II.

Después de la “noche blanca” en Roma donde miles de fieles y peregrinos participaron en las diferentes vigilias donde a través de la oración de gracias y petición, el…

“San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.

Un llamado para todos de estar pidiendo la unción del Espíritu Santo y  sorprendernos con la santidad al vivirla siendo testigos de su Resurrección y Misericordia, reconociendo en nosotros y en los demás el rostro mendigante de Cristo, sin escandalizarnos porque El aún se hace carne y está presente entre nosotros, como lo dijo el papa Francisco:

“Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad”. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

Cada uno de nosotros también tiene llagas en su corazón, signos del amor del Padre que permanecen para que hagamos memoria de su Presencia en nuestras vidas, para que en los momentos más difíciles no le olvidemos, ni le seamos indiferentes, sino por el contrario unamos nuestras heridas, nuestras limitaciones y debilidades, nuestros dolores y sufrimientos a su Hijo en la cruz, que venció la muerte y nos regala la eternidad.

Con la presencia del Pontífice Emérito Benedicto XVI, quien también concelebró junto a 150 cardenales, 1.000 obispos, 6.000 sacerdotes, 210 diáconos; se tuvo la participación de 120 delegaciones procedentes de todo el mundo, entre 24 Jefes de Estado y Soberanos y 10 Jefes de Gobierno,  además de 26 mil voluntarios junto a 10 mil hombres de las fuerzas del orden.

 

Rito de Canonización

Antes de la celebración eucarística, con el preámbulo del rezo de la Coronilla de la Misericordia y con la exclamación de las letanías en latín, el canto de los santos, la Iglesia purgante, peregrinante y triunfante, se inició con el Rito de la Canonización donde el papa Francisco pidió a la Virgen, a los Santos y al Espíritu Santo para no errar y hacer la voluntad de Dios al declarar santos a San Juan Pablo II y San Juan XXIII, después de que el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano con tres peticiones formales le hiciera la solicitud de proclamarlos santos.

 

“Beatísimo padre, la santa madre Iglesia pide con fuerza que vuestra santidad inscriba a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II en el Registro de los Santos y como tales sean invocados por todos los cristianos”, indicó, también en latín.

El Papa respondió: “Hermanos queridos, elevamos nuestras plegarias a Dios padre omnipotente por medio de Jesucristo para que, por intercesión de la beata María virgen y de todos los santos, sostenga con su gracia lo que estamos por cumplir”.

Entonces el cardenal Amato volvió a decir: “Confortada por la unánime oración, beatísimo padre, la santa Iglesia vuelve a pedir con mayor fuerza que vuestra santidad quiera escribir estos elegidos hijos suyos en el Registro de los Santos”.

El papa Francisco insistió: “Invocamos, por lo tanto el espíritu vivificador para que ilumine nuestra mente y Cristo señor no permita a su Iglesia de errar en una obra tan importante”.

Entonces el coro entonó el canto “Veni, creator spiritus” (Ven espíritu creador), que concluyó con la última solicitud de parte del purpurado.

“Beatísimo padre, la santa Iglesia, confiando en la promesa del señor de enviar sobre ella el espíritu de la verdad, que en toda época mantiene el supremo magisterio inmune del error, súplica con grandísima fuerza a vuestra santidad inscribir a estos sus hijos elegidos en el Registro de los Santos”, ponderó Amato.

Para finalizar este importante rito, el obispo de Roma se dispuso a pronunciar la fórmula definitiva con la cual elevó al honor de los altares a Angelo Giuseppe Roncalli (Juan XXIII) y Karol Wojtyla (Juan Pablo II).

 “A honor de la Santísima Trinidad, para la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo y nuestra… después de haber reflexionado, invocado muchas veces la ayuda divina y escuchado el parecer de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos santos a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II”.

Antes de concluir con la frase: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, ordenó que sean inscritos en el Registro de los Santos y estableció que en toda la Iglesia ellos sean devotamente honrados entre los santos.

Al finalizar con esta expresión en la Plaza de San Pedro se escuchó un fuerte y estremecedor aplauso que se extendió por toda la capital italiana a través de pantallas gigantes y del gran despliegue mediático de la radio, la televisión, el cine y las redes sociales en todo el mundo.

Aproximadamente 2.259 periodistas, procedentes de 64 países estuvieron cubriendo la canonización, se dieron permisos a 1.230 cámaras de televisión de todo el mundo, a 219 fotógrafos, 174 reporteros radiofónicos y 636 periodistas de prensa escrita, a lo que se suman los cerca de 400 periodistas acreditados permanentemente en la Santa Sede y las 500 salas de cines en 20 países para la transmisión en 3D, incluyendo Colombia en exclusivo con Cine Colombia y el apoyo de la Arquidiócesis de Bogotá.

Después de proclamar santos a ambos pontífices, le fueron entregadas al papa Francisco sus reliquias, sangre de Karol Wojtyla y un trozo de piel de Angelo Giuseppe Roncalli.  Las reliquias de Juan XXIII han sido entregadas por cuatro sobrinos nietos, por el alcalde Sotto il Monte, Eugenio Bolognini y presidente de la fundación Juan XXIII, Marco Roncalli y la reliquia de Juan Pablo II, ha sido entregada por Floribeth Mora, la mujer de Costa Rica que sufrió un aneurisma y se curó milagrosamente gracias a la intercesión de Juan Pablo II.

En la homilía el papa Francisco, proclamó a Juan XXIII como el papa de la docilidad al Espíritu Santo y a Juan Pablo II como el papa de la familia:

“No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene”.

A San Juan XXIII, Santo de la docilidad al Espíritu Santo, podríamos pedirle en particular para que permanentemente estemos asistidos por el Espíritu Santo, desde la vocación que tengamos, labor o profesión en la que nos desempeñemos y especialmente en la misión que el Señor nos ha encomendado, la misma que a Jesús, ser testigos de su Amor.

A  San Juan Pablo II, Santo de la familia, que siga intercediendo por la defensa de la vida desde la concepción sin excepción de casos hasta la muerte natural, por la conversión de todas las parejas que se han unido por la gracia del sacramento del matrimonio y por aquellos que aún no lo están o se han separado, para que reciban su misericordia.  San Juan Pablo II, necesitamos matrimonios santos para que entre los frutos de su amor crezcan hijos santos y sean más las familias que respondan al llamado de la santidad.

Y durante la plegaria universal, entre las peticiones que fueron leídas en español, árabe, inglés, chino y francés, se dirigieron dos súplicas pidiendo la intercesión a los dos nuevos santos una por la paz y otra por la dignidad del hombre:

Una laica leyó en chino, una petición dirigida al Papa Bueno: “Padre, te pedimos que por intercesión de San Juan XXIII los líderes de las naciones sean librados del espiral del odio y la violencia en sus pensamientos y decisiones; y que en sus relaciones humanas triunfe Jesús vivo y resucitado”.

Luego, en francés, la religiosa Marie Simón Pierre, en quien se obró el milagro para la beatificación del Papa polaco, pidió: “Padre, te pedimos que por intercesión de San Juan Pablo II, suscites siempre entre los hombres de la cultura, la ciencia y el gobierno la pasión por la dignidad del hombre y que, en cada persona se honre a Jesús vivo y resucitado”.

 

Al finalizar este especial para la web de la Arquidiócesis de Bogotá y El Catolicismo, les compartimos el texto completo de la homilía que pronunció el papa Francisco, en este segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia:

“En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.

No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.

Por: Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones  OAC - Bogotá