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TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C (OCTUBRE 30 DE 2022)

MONICIÓN DE ENTRADA

Buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. Con la más cordial bienvenida les recibimos en la casa de Dios para celebrar la Santa Misa en el trigésimo primer domingo del tiempo ordinario.

Dios, en su infinita misericordia, siempre perdona nuestros pecados. Ansiosos de encontrarnos con Dios y recibir muestras de su misericordia, iniciemos con devoción la celebración de estos misterios. De pie, cantamos.

 

MONICIÓN PARA TODAS LAS LECTURAS

Las relaciones entre Dios y el ser humano, son descritas por las lecturas de hoy en clave de amor, fidelidad, compasión, ternura y salvación. Dios es «amigo de la vida, según el libro de la sabiduría; eso nos reconforta y llena de esperanza. El salmista, por su parte, proclama a Dios como rey y Señor, pero deja bien claro que esa realeza y ese señorío radican esencialmente en su amor y su fidelidad a las criaturas. En el Evangelio de hoy Jesús, el Hijo, encarna en su persona el amor y la fidelidad del Padre.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de la Sabiduría (11,22–12,2)

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra.

Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado.

¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?

Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida.

Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas.

Por eso corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

 

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
 

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (1,11–2,2)

Hermanos:

Oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor Jesús será glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

A propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, como si el día del Señor estuviera encima.

Palabra de Dios

 

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10)

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo:

«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:

«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor.

 

HOMILIA

El tema central de las lecturas de hoy es que Dios quiere salvar a todos, también a los “perdidos”, o sea, nosotros. Pero antes de pasar a dicha cuestión es bueno detenernos en los contenidos de la primera lectura del libro de la Sabiduría. El pasaje que se nos ha proclamado viene precedido de una catequesis sobre el éxodo y la travesía del desierto en la que se explica que Dios no aniquiló a los egipcios (pudiendo haberlo hecho) en vista a su posible conversión; Dios no aniquila, sino que corrige y trata de convertir a los hombres. De igual forma procedió con el pueblo de Israel en su travesía por el desierto. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia (v. 23a).

La lectura de hoy arranca con una alusión a la pequeñez del mundo (como un grano en la balanza, gota de rocío) frente al poder divino, seguida de dos afirmaciones. La primera, ya comentada, es que Dios pasa por alto los pecados en espera del arrepentimiento; en segundo lugar, no aborrece nada de lo que creó. Es decir, la creación en su conjunto es buena, pues, de lo contrario, no lo habría creado. Ahonda luego en esta idea. Lo que existe permanece en el ser gracias al amor de Dios y su plan de salvación. Es una afirmación metafísica hondamente cristiana. Lo que existe se mantiene por Dios. Nada de lo que hay tiene en sí la razón de su existencia; y aún hay más, Dios lo mantiene en el ser. Ante esta presencia poderosa de Dios para dar la existencia y mantener en el ser, nos podemos preguntar, ante el imperio del mal, si no sería mejor que Dios lo dejase caer en la nada. La respuesta ya se dio en el relato del diluvio. Dios es indulgente y amigo de la vida, permite el mal porque no puede impedir que seamos nosotros mismos y podamos amarle libremente. No le da igual: “corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado”. Es decir, Dios nos va conduciendo, por caminos que a veces desconocemos, con su mano providente. Nos quiere, por eso mantiene en la existencia todo lo que hay; y a nosotros, sus hijos, nos corrige por distintos caminos para llevarlos al bien sumo que es Él. Estas ideas profundas no son para tenerlas a diario rondando nuestras cabezas; pero deben estar ahí, como en un lugar de nuestra mente para que podamos recurrir el momento oportuno.

Por su parte, el evangelio es uno de los últimos pasajes en el camino de Jesucristo hacia Jerusalén. En concreto, el encuentro con Zaqueo tiene lugar en la ciudad de Jericó, ya muy cerca de su destino y la siguiente parábola, de los talentos, cuando ya estaba casi entrando en Jerusalén y se acercaba a la hora definitiva. En el Evangelio de hoy nos encontramos a un Jesucristo que vuelve a mostrarse como amigo y redentor de los pecadores. Zaqueo es jefe de publicanos en Jericó, trabaja al servicio de Roma, ganándose la vida con una labor económicamente muy provechosa pero despreciada por sus correligionarios.

No sabemos la razón por la que Zaqueo quiere ver a Jesús, podría ser incluso simple curiosidad. Sabiéndose despreciado por su profesión seguramente no quiere entrar en alguna de las casas que Jesucristo visita. Sea como fuera, Jesús le mira, le llama por su nombre y dice que quiere entrar en su casa. Lo que para Zaqueo es causa de enorme alegría, para otros es motivo de escándalo, a saber, que Jesucristo se hospede en la casa de un pecador.

Sin que Jesús le diga nada, simplemente por la gratitud que tiene ante la visita inesperada y la influencia de su persona, tiene lugar una transformación del alma del publicano, expresada en el desapego frente a las riquezas. Jesucristo no le critica por su profesión ni le acusa de injusticia alguna, sino que sale de dentro de Zaqueo una vez que se encuentra con Jesucristo. El desapego de las riquezas es un tema frecuente en Lucas y prueba de la autenticidad de su conversión. Desprenderse de la mitad de sus bienes en favor de los pobres es muchísimo más de lo que los rabinos de entonces consideraban una limosna voluntaria para los pobres. También devolver cuatro veces lo que hubiera obtenido injustamente va mucho más allá de lo exigido por la ley. Todo eso es prueba de la gran transformación interior del publicano.

Manifestada esta intención por parte de Zaqueo Jesucristo dice: “hoy ha llegado la salvación a esta casa… el hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”. Esta afirmación no hay que entenderla por Jesucristo dirigida a Zaqueo, sino a aquellos que estaban murmurando porque había entrado a hospedarse en casa del que consideraban pecador. No hay ningún signo que nos haga pensar que Zaqueo se desprende de sus bienes para cambiar la opinión de los que le acusan de pecador, no lo iba a conseguir tampoco de esa manera. Es fruto genuino y sincero de su encuentro con Jesucristo, que le hace poner el centro de sus intereses en otras cosas que no son el dinero. Lo que dice Jesucristo con su respuesta es que Zaqueo también es hijo de Abraham y, por lo tanto, tiene el mismo derecho a recibir la redención que cualquier otro israelita. Cuando Jesús dice que la salvación ha llegado a la casa de Zaqueo se refiere al hecho mismo de la visita de Jesucristo, y no una consecuencia de su conversión. La conversión no es la causa de la salvación que ha llegado a la casa, sino que la visita de Jesús, su presencia, es la causa de la conversión. Esta ha sido la consecuencia.

Finalmente, Jesucristo reafirma el carácter de su misión: ha venido a buscar expresamente lo perdido y devolverlo al camino de la salvación. Es una frase y una idea que repite el Evangelio en más pasajes, era una idea que expresó Jesucristo y que ejemplificó en casos como los de Zaqueo.

También Jesucristo está pidiendo hospedarse en nuestra casa. Nos mira a los ojos, nos llama por nuestro nombre y nos dice que quiere venir a habitar en nosotros. Si nos bajamos del árbol de nuestra soberbia y auto-justificación, si le acogemos con humilde alegría en nuestra vida, se producirá nuestra conversión, daremos frutos concretos como la limosna de Zaqueo.

En la eucaristía Jesucristo también sale a nuestro encuentro, en la Palabra, queriendo penetrar en nuestra mente y nuestros corazones; en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, repartidos como alimento para el camino. Abramos nuestro corazón para acogerle, vivir su presencia con alegría y dar frutos de conversión. De ese modo el nombre de Jesús será glorificado en nosotros y nosotros en él (1Tes 1, 12).

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

Elevemos, hermanos, nuestras súplicas, a Dios, Padre misericordioso, que, en su infinito amor, envía a su Hijo a buscar y salvar a los que se desvían del camino. Digamos todos:

ATIENDE, SEÑOR, NUESTRA ORACIÓN.

  1. Por la Santa Iglesia de Dios, para que no desmaye en su tarea de llevar a todos los hombres al encuentro con Cristo, que salva y perdona a todo el que se arrepiente de sus pecados. Oremos.
  2. Por los que se han alejado de la Iglesia, los que aún no conocen a Cristo y los que permanecen en la Iglesia, pero indiferentes al mensaje de Dios, para que abran sus corazones y acepten la salvación que Dios les ofrece, iniciando un verdadero camino de conversión. Oremos.
  3. Por las familias que sufren la ausencia de sus seres queridos, para que encuentren en la Palabra de Jesucristo la fortaleza y la fe para seguir adelante. Oremos.
  4. Por los difuntos de las familias de esta comunidad reunida en torno al altar de Dios, para que el Señor les dé el descanso eterno, los reciba en su Reino y los corone de gloria. Oremos.

 

EXHORTACIÓN FINAL

Es justo alabarte, Dios de la ternura y de la misericordia,

porque, al provocar Jesús la conversión del publicano Zaqueo,

diste pruebas fehacientes de creer en el hombre a pesar de todo.

Nosotros somos muy dados a juzgar negativamente a los demás,

pero tú muestras una tolerancia y comprensión sin límites,

proclamando para hoy la salvación de los hombres y los pecadores.

En este día, Señor, tú nos invitas a cada uno de nosotros

a dar abundantes frutos de la nueva justicia de tu reino.

Concédenos imitar la pedagogía de Jesús para salvar lo perdido;

y haz que en el camino llevemos el corazón libre de lastre

para ser mensajeros alegres de tu liberación del hombre.

Amén.