SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (DICIEMBRE 25 DE 2022)
MONICIÓN DE ENTRADA
¡Feliz Navidad queridos hermanos! El día del nacimiento de Jesús, para el que tanto nos hemos estado preparando durante todo el tiempo de Adviento, se ha llegado. Bienvenidos a la celebración de esta misa, en la Solemnidad de la Natividad del Señor.
Las profecías del Antiguo Testamente se han hecho realidad y Jesús, el Verbo, se ha hecho carne y habitó entre nosotros. En Cristo las promesas se vuelven vivas y, con la liturgia de hoy, comprendemos que la Palaba de Dios no es una doctrina, sino una persona: Cristo Jesús.
Con gozo y la paz que nos trae el niño Jesús, nos disponemos a celebrar dignamente esta Santa Misa. Comencemos con el canto de entrada. De pie, por favor y cantemos todos.
MONICIÓN PARA TODAS LAS LECTURAS
El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Lo que para el Antiguo testamento era una profecía, una victoria anunciada por la primera lectura, en el Nuevo testamento se vuelve una realidad, porque Dios nos ha hablado por medio de su Hijo, como lo dice San Pablo, el Verbo que se hizo Carne y habitó entre nosotros, como lo atestigua el Evangelio de San Juan. Por eso cantamos con el salmista la victoria de nuestro Dios. Con gozo y atención escuchemos estas lecturas.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 52, 7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que anuncia la paz,
que trae la Buena Nueva,
que pregona la victoria,
que dice a Sión: «Tu Dios es rey»!
Escucha: tus vigías gritan,
cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
que el Señor consuela a su pueblo,
rescata a Jerusalén;
el Señor desnuda su santo brazo
a la vista de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra la
victoria de nuestro Dios.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas.
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»?
Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».
Palabra de Dios
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo»».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.
HOMILIA
(Is 52,7-10; Heb 1,1-6; Jn 1,1-18)
¡Feliz Navidad!…
¡Alegrémonos! ES NAVIDAD. Nos ha nacido el Salvador.
El único Salvador. Es la gran noticia: Dios ha puesto su tienda entre nosotros. Que las navidades no nos impidan descubrir el sentido profundo de la Navidad; que los reclamos publicitarios no nos empañen el mensaje del Evangelio, que el consumismo no entibie la esperanza ni sofoque la caridad. Celebramos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, celebramos el hecho insólito de que Dios se ha revestido de nuestra misma carne, para que nosotros participemos de su misma vida divina. Dios está con nosotros y entre nosotros. Hagamos nuestras las palabras y sentimientos de S. León Magno: Alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida… Alégrese el santo, puesto que se acerca la victoria; alégrese el pecador, puesto que se le invita al perdón.
Los textos de la Eucaristía son brillantes, no se limitan a hablarnos de un recién nacido, sino que nos llevan hasta el fondo más profundo y trascendente de nuestra fe: el niño que ha nacido no es otro que Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Se ha cumplido lo que anunciaron los profetas, Dios ha cumplido su promesa. Antiguamente Dios nos habló de muchas maneras, pero hoy nos habla por su Hijo. Dios no es un Dios mudo. Dios se ha hecho Palabra y pide unos oídos atentos para escucharla, un corazón humilde para aceptarla al estilo de María y una voluntad firme para poner en práctica lo que nos pide. Y si escuchamos la Palabra de Dios no es para guardarnos su mensaje sino para entregarlo, para comunicarlo, pues Jesucristo ha venido para que todos le escuchen. Los que reciban esta Palabra serán llamados hijos de Dios y se comportarán como hijos de Dios. La Palabra de Dios es también Luz para iluminar a los que viven en tinieblas. Jesús ha venido para iluminar nuestras sombras, nuestras oscuridades, nuestras incertidumbres y miedos y aportarnos un chorro fuerte de esperanza. Todos necesitamos que esa Palabra ilumine nuestra vida.
Así, pues, la Palabra, el Verbo de Dios nos hablan nuestra lengua.
Todos estamos invitados a acercarnos al pesebre para ver al recién nacido. Su presencia tiene que hacernos reflexionar. En este Niño, Dios, nos está diciendo que nos ama y hasta dónde nos ama. Nos está pidiendo que salgamos de nuestro egoísmo y nuestra indiferencia, que nos abramos a Él y a los hombres, de manera especial a los más necesitados. Nos invita a todos a ser la familia de los hijos de Dios.
Si Dios se ha hecho hombre es para que los hombres nos convirtamos en hijos suyos. Esta es la grandeza del hombre. En Jesús de Nazaret la vida divina se hace perceptible a nuestros sentidos. Y quien cree verdaderamente en el misterio de la Encarnación, debe creer también en la dignidad inviolable de toda persona humana, tanto la propia como la ajena y evitar profanarla con el pecado. Decía Orígenes, que de nada nos serviría la Encarnación si Jesucristo no nace y crece por la fe en nuestro interior.
Paradójicamente, Jesucristo vino a los suyos y no le recibieron. La Navidad conlleva este hecho paradójico. No encontró lugar en el mundo. También hoy puede ser rechazado o abandonado por el individualismo, el egoísmo, por el relativismo o por la ignorancia. ¿Qué quiere decir esto? Que también hoy podemos actuar de la misma manera, rechazando y no aceptando a Dios en nuestra vida. Si nos preguntaran ¿qué celebramos? ¿Qué responderíamos? Si nos preguntaran ¿qué está produciendo en nosotros esta cercanía de Dios? ¿mis palabras y acciones dan cuenta hoy de la presencia de Dios-con-nosotros? ¿Le dejamos que se inserte en nuestra historia humana, en nuestra soledad, fragilidad, dolor? ¿Cómo nos veríamos?…
Que la celebración eucarística nos lleve a abrir los ojos, a valorar nuestra dignidad de hijos de Dios, a descubrir a Dios en cada persona, a no adorar nunca a ningún dios falso: el dinero, el egoísmo insolidario, el orgullo… Entonces sí que nos podremos decir: ¡Feliz Navidad! en este nuevo estilo de vivir: el de hijos de Dios.
ORACIÓN DE LOS FIELES
En este Santo día en que el Señor da a conocer su salvación, adoremos al Emmanuel, Dios con nosotros, y pidamos por las necesidades de todos los hombres. Digamos todos:
«NIÑO JESÚS, CONCÉDENOS LA ALEGRÍA Y LA PAZ»
- Por la Iglesia, que gozosa contempla en el Pesebre el misterio anunciado por los profetas, para que proclame hasta los confines de la tierra el Nacimiento del Salvador. Roguemos al Señor.
- Por el papa Francisco, apóstol de la alegría, para que su palabra congregue, oriente y clarifique la respuesta de los creyentes a los planes de Dios. Roguemos al Señor.
- Por todos los hombres del mundo, para que descubran en el Niño de Belén el Dios hecho hombre, luz para alumbrar a las naciones y se dejen iluminar por Él. Roguemos al Señor.
- Por los pueblos que sufren violencia y opresión, para que se alegren porque ha llegado la redención con el Nacimiento del Mesías esperado por todos. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, reunidos hoy aquí para celebrar la Navidad, para que recibamos la Palabra que se hace carne y escuchándola de verdad, sepamos vivirla y trasmitirla a los demás. Roguemos al Señor.
EXHORTACIÓN FINAL
Dios todopoderoso y eterno, escucha nuestra oración
y haz que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne,
hagamos resplandecer en nuestras obras, la fe que hoy profesamos en la encarnación de tu Hijo, que vive y reina, por los siglos de los siglos.
Amén