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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - CICLO C (ABRIL 24 DE 2022)

MONICIÓN DE ENTRADA

Muy buenos días (tardes, noches) queridos hermanos. Les damos la bienvenida a esta Santa Eucaristía, en este Segundo Domingo de Pascua, también llamado «Domingo de la Divina Misericordia».

Dentro de la Cincuentena Pascual, tiene una propia personalidad esta primera semana que hoy acaba, la «Octava de Pascua», que se celebra como un único día. Este domingo es también llamado por algunos como el «domingo de Tomás» o Domingo de la Misericordia. Hoy continuamos con el «tiempo de las apariciones» de Jesús Resucitado, las que confirmaron la Resurrección de Jesús e hicieron que muchos se reunieran en torno a los apóstoles para vivir la nueva vida.

Con la alegría de saber que Cristo está vivo entre nosotros, iniciemos esta celebración cantando jubilosos…

 

MONICIÓN ÚNICA PARA TODAS LAS LECTURAS

La fe en Jesús resucitado nos convierte en personas nuevas. El evangelio nos recuerda que esa fe es capaz de hacer que el grupo de los discípulos, cerrado sobre sí mismo, se transforme, por la fuerza del Espíritu, en una comunidad misionera. Una comunidad que obra signos y prodigios a favor del pueblo, como lo señala el sumario de Hechos de los Apóstoles. Tal es el poder transformador de la fe pascual que elimina el miedo de Juan, el vidente de Patmos, cuando éste se siente respaldado por la autoridad soberana de Cristo resucitado.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16)

Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacia lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

 

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.


Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19)

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.» Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.»

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»

Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor.

 

HOMILIA

En el año 2000 el papa Juan Pablo II estableció el II Domingo de Pascua como la “Fiesta de la Divina Misericordia”, promovida por Santa María Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa polaca de la orden de Nuestra Señora de la Misericordia, a quien Jesús en sus experiencias místicas le encomendó predicar este atributo esencial de Dios revelado en Él, iniciar nuevas formas de devoción –como la “Coronilla de la Divina Misericordia”– e impulsar un movimiento renovador de lo que significa ser misericordioso.

La palabra misericordia, que traduce lo que significan los respectivos términos bíblicos hebreo y griego, quiere decir afecto de corazón (cordial) hacia quienes padecen la miseria (física o espiritual,) y en este sentido es el amor entrañable de Jesús que se conmueve ante el sufrimiento de quienes acuden a Él. Las lecturas de este domingo [Hechos 5,12-16; Salmo 118 (117); Apocalipsis 1, 9-19; Juan 20,19-31] nos muestran esa infinita Misericordia, indisolublemente unida al don de la Paz que Él mismo nos ofrece.

1. “La paz esté con ustedes…”

Tres veces menciona el Evangelio el saludo de Cristo resucitado “la paz esté con ustedes”. La paz (Shalom en hebreo) es el bien pleno que Él quiere para sus discípulos, sumidos en la tristeza y el miedo después de la muerte de su Maestro en la cruz, y que, según la tradición (aunque el Evangelio dice simplemente que era una casa), se encontraban en el mismo recinto donde Jesús había instituido la Eucaristía la víspera de su pasión. También nosotros somos invitados, desde la fe pascual, a recibir ese mismo don que Jesús resucitado nos ofrece y nos exhorta a compartir inmediatamente antes de recibir la sagrada comunión.

Este saludo va acompañado de una misión -como el Padre me envió, así Yo los envío-, que se relaciona con el sacramento de la Reconciliación: a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos. “Retener los pecados” significa que a quienes no tengan una sincera disposición a cambiar no puede llegarles el perdón de Dios. Y es significativo que el don de la paz que ofrece Jesús esté conectado con el perdón, en virtud del Espíritu que les comunica a sus apóstoles: Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Este Espíritu es el aliento vital creador y renovador de Dios, que hace posible una vida nueva, y que los impulsaría a luego proclamar la buena noticia de la pascua desde el día de Pentecostés. Pero para recibir el don de la paz y ser renovados por el Espíritu Santo, es necesario que desarmemos nuestros corazones, nos dejemos transformar por Dios y nos dispongamos a recibir y dar perdón. Sólo así será posible que podamos construir una sociedad en paz. No se trata, por supuesto, de un “perdón social” negociado como promesa para ganar adeptos a una causa política, sino de un don de Dios que supone y exige la debida coherencia entre la misericordia y la justicia, pues el perdón y la reconciliación no son compatibles, en el auténtico sentido cristiano, con el cinismo y la impunidad.

A su vez, la misión dada por Jesús es de sanación. Es lo que nos muestra la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles. La fe en Jesús resucitado les da a sus discípulos el poder de sanar, y esos acontecimientos sanadores hacen que crezca el número de hombres y mujeres que creen en el Señor.

2. “No temas, Yo soy el primero y el último, Yo soy el que vive”

El apóstol Juan, autor espiritual tanto del cuarto Evangelio como de las tres cartas que llevan su nombre y del libro del Apocalipsis -que en griego significa “Revelación”-, nos transmite en la segunda lectura esta afirmación de Cristo resucitado que podemos recibir también como dirigida a nosotros.

No temas, no tengas miedo: es una frase recurrente de Jesús en los evangelios, y resuena también en el último libro de la Biblia como una invitación a la esperanza gozosa que deriva de la fe en su resurrección.

Yo soy el primero y el último: el Cirio Pascual, que representa a Cristo resucitado, muestra en sus trazos la primera y la última letra del alfabeto griego: Jesucristo es Alfa y Omega, principio y fin de cuanto existe.

- Yo soy el que vive: Dios se le reveló a Moisés al elegirlo como instrumento de su acción salvadora, con el nombre de Yahvé (Yo soy). Y el nombre de Jesús, Hijo de Dios vivo, significa “Yo soy el que salva”.

3. “Dichosos los que creen sin haber visto”

Los relatos de apariciones de Jesús resucitado evocan experiencias que permiten reconocerlo en una dimensión espiritual. La referencia a las señales de sus heridas significa que es el mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia captable por la fe. Y la frase de Jesús “dichosos quienes creen sin haber visto” se cumple en toda persona que, sin exigir pruebas físicas, reconoce por la fe su resurrección. Así nos invita Jesús a creer en Él, para que, como dice el Evangelio al final, creyendo, tengamos vida (o sea vida eterna).

Pues bien, nuestra fe afirma que Jesús, Dios hecho hombre, está vivo y se hace presente en la Eucaristía, y expresamos nuestro reconocimiento de su presencia cuando decimos, repitiendo las palabras de Tomás,

¡Señor mío y Dios mío! Renovemos pues nuestra fe en Cristo, prenda de nuestra futura resurrección y motivo de nuestra esperanza, e invoquemos a María, que como le decimos en la Salve es Madre de la Misericordia (que es Dios mismo revelado en Jesucristo), para que nos ayude a tener una fe cada día mayor en la acción misericordiosa del Señor.

 

ORACIÓN UNIVERSAL

Queridos hermanos: Porque es eterna tu misericordia, Dios Padre, por eso, como una sola comunidad de bautizados oramos con alegría en esta gran fiesta de la resurrección de Jesús. Unámonos diciendo:

DIOS MISERICORDIOSO, ESCÚCHANOS.

  1. Te pedimos, Señor, por tu Iglesia, por el Papa Francisco, por los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos. Que sean testigos de la Resurrección de Jesús con actitudes y gestos llenos de misericordia. Oremos.
  2. Te suplicamos, Señor, por las naciones de la tierra y por sus gobernantes. Que se sepan distribuir las riquezas materiales, con justicia, entre los más pobres y menos favorecidos de nuestros pueblos. Oremos.
  3. Te rogamos, Señor, por todos los que sufren corporal, moral y espiritualmente para que a ellos llegue el bálsamo de tu misericordia por medio de la solidaridad de los creyentes. Oremos.
  4. Te encomendamos Señor, a todos los que celebramos esta Eucaristía para que los beneficios e indulgencias que nos concede tu infinita piedad nos reconcilie contigo y con nuestros hermanos. Oremos.

 

EXHORTACIÓN FINAL

Dios, rico en misericordia, que nos alegras cada año con la fiesta de la Resurrección de tu Hijo, habiendo presentado estas intenciones confiamos en que escuches a los discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida. Por Cristo, nuestro Señor.

Amén.