PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO - NUEVO AÑO LITURGICO CICLO C (NOVIEMBRE 28 DE 2021)
MONICIÓN DE ENTRADA
Sean bienvenidos hermanos a la celebración de esta Santa Misa en el inicio de un nuevo año litúrgico. Con la Fiesta de Cristo Rey del Universo, el domingo pasado finalizábamos el ciclo B.
Desde el concilio vaticano II quedó estructurada la celebración litúrgica de la Palabra de Dios en tres ciclos, A, B y C, correspondientes cada uno a un año eclesiástico. Con el Primer Domingo de Adviento, hoy comenzamos el ciclo C, con el Evangelio de san Lucas como texto central, complementado con otros del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento que lo hacen más inteligible.
Comencemos este tiempo de espera abriendo nuestro corazón para recibirle y demos por iniciada esta Misa con el canto de entrada. De pie y cantemos todos.
MONICION ÚNICA PARA TODAS LAS LECTURAS
Adviento es tiempo de esperanza. Y la Palabra de hoy nos asegura que la salvación de Dios se abre paso en medio de los vaivenes de la historia. El Señor tiene un plan de liberación para su pueblo y lo lleva a cabo con fidelidad. Tanto la promesa de un rey justo, de la primera lectura, como el anuncio de la venida del Hijo del hombre, en el Evangelio de San Lucas, reflejan esa certeza de modo diverso. Una certeza que compromete a los creyentes para que acojan adecuadamente la redención que se acerca. Escuchemos atentos.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Jeremías (33,14-16)
Ya llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Es Señor es nuestra justicia”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
A ti, Señor, levanto mi alma.
Señor, enséñame tus camino,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
A ti, Señor, levanto mi alma.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que lo temen,
y les da a conocer su alianza.
A ti, Señor, levanto mi alma.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (3,12–4,2)
Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.
Por lo demás, hermanos os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguir adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (21,25-28.34-36)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor.
HOMILÍA
Comenzamos un nuevo año litúrgico. En la introducción de la Eucaristía convendría dejar claro que, en el adviento, la Iglesia celebra dos venidas: la escatológica del Cristo glorioso al final de los tiempos, y la venida en la carne del Hijo de Dios. Por eso, el adviento tiene dos partes distintas. Y no conviene hablar de la segunda parte hasta que llegue el momento porque, de lo contrario, no ayudamos a vivir el acontecimiento que celebramos en la primera parte.
La primera parte del adviento tiene una dimensión eminentemente escatológica. No está dedicada a preparar el misterio de Navidad, sino a celebrar un importante artículo del Credo, el que dice que el Señor de nuevo vendrá con gloria, al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos. La primera parte del adviento no se refiere al pasado, sino al futuro; no celebra lo ya acontecido, sino lo que vendrá.
Según lo que esperamos y a quien esperamos, así vivimos. Quien espera, aún en medio de muchos dolores, la curación de una enfermedad, vive con más alegría que quien, sin sufrir tanto, sabe que con su enfermedad tiene los días contados. Quien espera la pronta liberación, aún en medio de sufrimientos e incomodidades, vive con más alegría que quien sólo espera la muerte. Nosotros esperamos la “vuelta” gloriosa del Señor, o sea, esperamos encontrarnos con él al final de nuestra vida.
En este sentido es importante que hoy se proclame el prefacio tercero de la liturgia del adviento, ese que dice que “Cristo, Señor y Juez de la historia, aparecerá un día revestido de poder y de gloria sobre las nubes del cielo”. Y en ese día glorioso “nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva”.
En la introducción a la Eucaristía hemos recordado que la primera parte del adviento orienta nuestra mirada hacia el Señor glorioso que un día vendrá a nuestro encuentro, al final de los tiempos. En Navidad celebraremos que ese que vendrá con gloria es el mismo que vino en la humildad de nuestra carne. Pero ahora conviene que nos centremos en lo que toca. Y lo que toca es hablar de la esperanza en la venida del Señor al final de los tiempos. Para cada uno, el final de nuestro tiempo es la hora de nuestra muerte, el momento de la salida de este mundo. Pues bien, tenemos que esperar ese momento con paz y serenidad, porque precisamente entonces Dios se nos hará más presente que nunca. Dios nos acogerá con un amor como no hay otro, nos abrazará para no soltarnos nunca de sus manos.
El evangelio que hemos escuchado pone en boca de Jesús una serie de signos apocalípticos que describen el final de los tiempos. Lo importante no son estos signos ni esta literatura, sino el mensaje que quiere transmitir el evangelista a propósito del final de los tiempos. Y el mensaje es de esperanza: este mundo es limitado, lo sabemos, la ciencia nos lo confirma, pero como el final está muy lejos no pensamos en él. Quizás deberíamos pensar que para cada uno de nosotros el final no está tan lejos, puede acontecer en cualquier momento. Pues bien, lo que nos transmite el evangelio es que, sea cual sea el momento y las modalidades del final, a pesar de las apariencias no será un momento caótico ni de desconcierto, pues allí estará esperando el Hijo del hombre con gran poder y gloria. Un poder salvífico, liberador. La venida del Hijo del hombre no provoca miedo, transmite esperanza y seguridad, la seguridad de que bajo el señorío de Cristo reinará la justicia, la paz y el amor.
Y mientras tanto, ¿qué hacemos? Este “mientras tanto” es el momento de nuestra vida actual, es nuestro presente aquí y ahora. ¿Cómo vivimos ahora? ¿En consonancia con la esperanza que nos asegura que la meta de nuestra vida es Cristo, o vivimos como si al final de la vida nada fuera a suceder? Tened cuidado, dice el evangelio: nada de vicios ni de preocupaciones por el dinero, no os dejéis arrastrar por lo que nada vale. ¿Cuál debe ser nuestra preocupación entonces? Lo ha dicho claramente la segunda lectura: “que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, para que cuando vuelva acompañado de sus santos, os presentéis irreprensibles ante Dios, nuestro Padre”. Mientras esperamos la vuelta del Señor, debemos explotar al máximo el don del amor en una doble dirección: amor mutuo, o sea, amor fraterno a las hermanas y hermanos de nuestras comunidades cristianas; y amor a todos: o sea, un amor que alcanza también a los que no pertenecen a nuestros grupos, porque si no abrimos nuestros corazones al extraño y al alejado, nuestro amor se vuelve patológico y autorreferencial.
Escucharemos en el prefacio, que luego proclamaremos, que el Señor glorioso que vendrá al final de los tiempos, “viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino”. Viene a nuestro encuentro en cada persona: en el enfermo desvalido, en el emigrante vulnerable, en el vecino solitario. Para que al encontrarlo demos testimonio de nuestra esperanza: un reino en el que todos serán felices. Y como ese es nuestro más ardiente deseo, todos los días rezamos en el Padrenuestro que venga ese Reino. Además de pedirlo, buscamos anticiparlo ya ahora en todo lo que decimos y hacemos. La autenticidad de nuestra esperanza se manifiesta en el amor fraterno.
El adviento es un buen símbolo de lo que es la vida cristiana. Una vida en esperanza, en fe y en amor. Los que creemos en Cristo nos pasamos la vida esperando encontrarle y vivimos amando como él nos amó.
ORACIÓN UNIVERSAL
- Hermanos, invoquemos a Dios Padre, origen de todo el bien y misericordia, para que nos ayude a acoger en la fe la venida del Salvador y digámosle: Te lo pedimos, Señor.
- Por la Santa Iglesia, para que en su peregrinar terreno sepa encontrar la fuerza y la fe en la figura de Cristo y descubra el gozo de ser siempre guía y luz para los hombres. Oremos.
- Por la justicia y la paz del mundo, para que los egoísmos y los intereses de unos pocos cedan el paso a una fraternidad verdadera. Oremos.
- Por los privados injustamente de su libertad, los secuestrados y los desaparecidos, para que la libertad que Cristo nos trae les permita romper las cadenas que les impiden su libertad. Oremos.
- Por todos aquellos a quienes la dureza de los problemas de la vida ha apagado toda ilusión, para que nuestra oración y fraternidad haga renacer en ellos la esperanza y la voluntad de luchar por una vida mejor. Oremos.
- Por todos nosotros, reunidos en torno al altar, para que, amándonos como hermanos, demos testimonio de la presencia de Dios en nuestra vida, y así podamos atraer a muchos hacia Dios. Oremos.
EXHORTACIÓN FINAL
Gracias, Señor, porque al comienzo del adviento nos das un cariño y amigable toque en el hombro a fin de despertarnos de nuestra habitual somnolencia:
¡Estén alerta porque es inmediata su liberación!
¡Gracias! Tú eres la única esperanza que no nos defrauda.
Haznos capaces de mantener cada día la tensión del amor que vela trabajando, sin permitir que se nos embote la mente
con el vicio, el egoísmo, la soberbia y la ambición.
Queremos vivir preparados, esperándote siempre alegres, como si cada día fuera el definitivo para tu esperada venida.
Así aprobaremos el examen final del curso en marcha.
Amén.