Debemos hacer algo. Esta es una verdad que ahora todos tenemos clara. Tendríamos que ser unos evasivos irresponsables para a estas alturas no haber tomado como propia la responsabilidad de hacer algo frente al cambio climático y la crisis ambiental que amenaza nuestro planeta. Esta carta abierta a los líderes mundiales es una prueba de ello: hombres de todas las religiones, naciones, razas, edades y profesiones, hemos constatado que somos responsables del cuidado de la casa común que habitamos y que no podemos ser indiferentes frente a los graves peligros que la amenazan, pues todos somos víctimas de ellos.
Podemos considerarnos en falta si como cristianos no nos hemos detenido a reflexionar sobre cuál es nuestro papel con respecto a este tema. Hace unos meses, el Papa Francisco nos regaló una hermosa encíclica en la que habló al mundo entero, pero especialmente a nosotros, la Iglesia, sobre la importancia de cuidar la casa común. En ella hemos recibido una luz para trabajar activamente en la reconciliación del hombre con la creación. Recogiendo la enseñanza social de la Iglesia, el Santo Padre nos invitó a tomar conciencia de la grandeza de la creación de Dios que ha sido puesta al servicio del hombre, no para ser malgastada y desechada, sino para ser usada responsablemente dando gloria a Dios. En esta encíclica nos advirtió sobre los peligros de un mundo consumista y egoísta que piensa solo en la acumulación de las riquezas y en la explotación ilimitada e irresponsable de los bienes que nos pertenecen a todos, como lo son el agua, el aire y los recursos naturales.
Como lo señala el Papa, todos somos hermanos hijos de un mismo Padre y debe ser nuestra prioridad el preocuparnos por el bienestar de todos, viviendo la solidaridad y la generosidad con la humanidad del presente y del futuro. La invitación del Santo Padre consiste en que todos acojamos el llamado a vivir una “Conversión Ecológica”, esto es una conversión del hombre completo que se traduce no solo en acciones prácticas para ayudar al medio ambiente (como lo son el reciclar o el aportar en la disminución de la huella de carbono), sino en hacer que nuestro encuentro con Cristo transforme nuestra relación con el mundo que nos rodea, “porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir” (LS 216).
Asumamos con responsabilidad nuestro papel como co-creadores. Si aún no lo hemos hecho, es momento para que nos tomemos el tiempo de leer con calma la encíclica y reflexionar sobre la tarea individual que nos corresponde frente al cuidado de la naturaleza. Acojamos la invitación del Santo Padre a cooperar con una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente; eduquemos para la “contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a otros” (LS 214).
“Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, “si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador. Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (LS 244).
Tomado de: Catholic Link
Autor: Astrid Duque
Fecha: Enero 18 de 2016