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Meditación Domingo 12 de enero de 2020 - FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

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… y vino una voz de los cielos que decía:

“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.

(Mateo 3, 13-17)

Jesús vivió en el río Jordán una experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó ya con Juan, el Bautista. Tampoco volvió a su trabajo a su casa, en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso incontenible, comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la Buena Noticia de Dios.

Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos «místicos» de hondo significado.” Los cielos se rasgan”: ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con Jesús. … y vino una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.

Lo esencial está dicho. Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior:” Tú eres mío. Eres mi hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de gozo que seas mi Hijo; me siento feliz”. En adelante, Jesús no lo llamará con otro nombre: Abbá, es decir, Padre.

De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vivió y trató de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o artificial. Confía en Dios. ¡Se siente hijo amado! Por eso nos enseña a todos a llamar a Dios “Padre Nuestro”. Le apena la” fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez:” No tengan miedo. Confíen”. Toda su vida la pasó infundiendo confianza en su Padre Dios. 

Sergio Pulido Gutiérrez, Mons.

Canónigo Catedral Primada y Párroco de San Luis Beltrán