Cada vez es más fácil observar entre nosotros síntomas de lo que podríamos llamar ya “la enfermedad del dinero”.
Por algún tiempo, artistas, cantantes, futbolistas y demás ídolos de costumbre han dejado paso en las páginas de las revistas y periódicos a los famosos de la banca y el dinero, los hombres que manejan miles de millones y de billones.
No es que antes no hubiera grandes fortunas. Sí las había. Lo nuevo es que estas personas salen ahora de la sombra y atraen las miradas y los deseos de muchas gentes.
De alguna manera, la figura del hombre poderoso económicamente, agresivo, el que sabe ganar dinero con facilidad, sea como sea, se ha convertido para bastantes en una especie de modelo social.
Por otra parte, desde hace unos años han ido proliferando los juegos de azar, las loterías y sorteos de una manera increíble, se han convertido en centro de atención obsesiva, enfermiza, de muchos.
Porque todo esto está sucediendo en un momento en el que, por mucho que se hable de recuperación económica, el desempleo sigue siendo problema acuciante para muchos. Incluso la mayoría de los que encuentran trabajo, viven con la inseguridad del contrato temporal o simplemente la prestación de servicios temporales.
El dinero es bueno cuando el hombre lo gana honradamente con su trabajo y le sirve de base para vivir, construir un hogar y cultivar una vida cada vez más digna.
Pero, un discípulo de Jesús, un católico, no se puede permitir cualquier nivel de vida. No. Hay una manera de ganar dinero, de gastarlo y derrocharlo que es esencialmente injusta e inmoral porque ignora y olvida a los más necesitados.
El camino a seguir es el de Zaqueo, en el Evangelio de hoy. Aquel hombre toma conciencia de que su nivel de vida es injusto y toma una decisión que lo salva como ser humano: compartir sus bienes con aquellos pobres a cuya costa está viviendo.
Sergio Pulido Gutiérrez, Mons.
Canónigo Catedral Primada y Párroco San Luis Beltrán