PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Eclesiástico 15,16-20
SI quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad.
Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras.
Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo.
Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre.
A nadie obligó a ser impío, y a nadie dio permiso para pecar.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Dichoso el que camina en la ley del Señor.
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la ley del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.
Dichoso el que camina en la ley del Señor.
Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos.
Dichoso el que camina en la ley del Señor.
Haz bien a tu siervo: viviré
y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos, y contemplaré
las maravillas de tu ley.
Dichoso el que camina en la ley del Señor.
Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón.
Dichoso el que camina en la ley del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2,6-10
Hermanos:
Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,17-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque les digo que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos.
Han oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo les digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras van todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo les digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo les digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También han oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo les digo que no juren en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que su hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Palabra del Señor.
HOMILIA
En el evangelio de hoy continuamos con el Sermón de la Montaña, que comienza con el discurso de las Bienaventuranzas. El Sermón de la Montaña lo predicó Jesucristo en los primeros meses de su Vida Pública y en él da la pauta de lo que sería la enseñanza que El venía a dar. El centro de esta predicación del Señor es el Amor y la primacía de éste sobre la ley.
Por eso deja claramente establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla.
De allí la insistencia en decir: “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos... Pero yo les digo …” Con este planteamiento, varias veces repetido, el Señor anuncia los perfeccionamientos más fundamentales que viene a introducir en la Nueva ley. Estos perfeccionamientos están basados más en el amor que en el cumplimiento de la ley Antigua. Y resultó que el amor terminó siendo mucho más exigente que la Ley que los israelitas de entonces trataban de cumplir al pie de la letra.
Por supuesto, el contenido de este discurso impresionó a la gente que lo escuchó, pero dice San Mateo al final del Sermón de la Montaña que lo que más impresionó fue “su modo de enseñar, porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos” (Mt. 7, 28).
Veamos algunos de los perfeccionamientos que el Señor nos presenta como preceptos de la Nueva Ley: Al antiguo precepto de “No matarás”, agrega el insulto, la ira, la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien. Y explica con más detalle: “Cuando vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”.
Y… hacemos esto? Cuando venimos a Misa y vamos a comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño? ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido? ¿Nos hemos liberado de los resentimientos absurdos que tenemos contra los demás? Y los llamamos absurdos, pues no hacen daño al otro, sino que terminan haciendo más daño a quien los lleva en su corazón,
El Rito de la Paz que se realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a lo cual se refiere el Señor. Pero... ¿nos damos “fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante? En ese momento las personas que tenemos “próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en este pasaje. Y ese gesto no significa un saludo banal, ni está allí para dar el pésame o las condolencias a los familiares del difunto por el cual se está ofreciendo la Misa.
Ese gesto significa algo muy concreto y exigente: que no tenemos nada contra nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da. Sólo así, reconciliados plenamente con el hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las condiciones que el Señor nos indica.
El perdón es difícil. Es uno de esos preceptos exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor. Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu Santo, Esa gracia del perdón es de las cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla. Es bueno acostumbrarse a pedir virtudes, a pedir cosas buenas… y no tanta cosa poco útil a la vida espiritual.
Otro perfeccionamiento a la Antigua Ley que nos da Jesús se refiere a que, aunque no se materialice algún acto que vaya contra la Ley, ya con sólo el deseo, hemos Infringido la ley. El solo deseo de algún acto contrario a la Ley de Dios, ya es una falta.
Por eso el que habla contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en su corazón. También el que haya mirado a alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón.
Como vemos, la Ley Nueva se centra también en lo íntimo de la persona, en aquellos pensamientos y deseos nuestros que sólo Dios conoce. De allí la importancia de la pureza de corazón, de no tener deseos escondidos, ni de manifestar en palabras, cosas que vayan contra el amor.
También habla el Señor contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio Cristiano. No es lícito divorciarse y volverse a casar. Y basado en esto la Iglesia no permite la recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular, pero sí los invita a venir a la Santa Misa, a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y a participar en algunas actividades de la Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.
Para aclarar muchos comentarios sobre cambios de disciplina en la Iglesia para los divorciados re-casados, el 1/2/2017 habló el para entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerhard Múller, quien afirmó que “la exhortación apostólica Amoris laetitia no contradice la enseñanza católica sobre el matrimonio 'como una unión indisoluble entre un hombre y una mujer', y por ello alentó a leer este documento en su conjunto para evitar confusiones” (Vat 1-2-17)
Jesús nos habla también de no jurar. Y nos dice que la cuestión es muy sencilla: decir simplemente sí, cuando es si, y no, cuando es no. Así nunca necesitaremos jurar.
Para comprender y vivir esta Nueva Ley que Jesús nos trae es necesario que el cristiano esté abierto y se deje penetrar de la Sabiduría Divina. San Pablo sigue insistiendo en esto a lo largo de esta Primera Carta a los Corintios que hemos estado leyendo estos domingos, junto con el Sermón de la Montaña.
Juzgados estos exigentes preceptos del Señor con sabiduría humana, la cual San Pablo desecha por completo en esta Carta, es imposible comprenderlos y cuesta mucho aceptarlos. Pero la Sabiduría de Dios, nos dice San Pablo, “que es misteriosa y escondida... fue prevista por Dios para conducirnos a la gloria”, para llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene preparado para los que lo ama”. Y ¿quiénes son los que aman a Dios? Los que cumplen sus preceptos, los que siguen su Voluntad.
Y eso que Dios tiene preparado no lo podemos ni imaginar. Así dice San Pablo: “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado”. Esa es la descripción del Cielo que nos da San Pablo. El lo vio, y eso es lo que nos da a conocer de lo que vio.
Por eso hemos cantado en el Salmo: “Dichoso el que cumple la Voluntad del Señor”. Dichoso, porque podrá llegar a ese sitio que Dios nos tiene preparado. En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles o demasiado difíciles, debemos orar como lo hicimos en el Salmo: “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad y a guardarla de todo corazón”. Amén.