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JESÚS EN EL SAGRARIO

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Siempre he pensado en Jesús, escondido en el Sagrario. Me detengo a reflexionar qué hace allí todo el tiempo. Cómo es posible que se quede inmóvil en una hostia santa, dispuesto a aceptar lo que hagamos con ella. Ser adorado, movido, llevado a otro lado, ultrajado. Él calla y lo acepta todo.

Recuerdo que una vez fui a visitarlo y le pregunté:
“¿Qué haces aquí todo el tiempo?”

Y me pareció que respondía con una palabra: 
“Amar”.

Por algún motivo lo he pensado como un niño que espera a sus amigos para compartir con ellos. Y se ilusiona y se emociona con sus visitas. Es como un pequeño que espera los invitados a su cumpleaños. A medida que van llegando crece su expectativa y su felicidad.

Me gusta pensarlo así y que me vea como el niño que era y que solía visitarlo en Colón, en aquella hermosa capilla frente a mi casa. Eran mañanas de mucho sol, corría una deliciosa brisa marina y el mundo era diferente, más sencillo. 

Disfrutaba muchísimo cruzar la calle y pasar largos ratos con Él. Era mi mejor amigo. Y yo con mi corazón puro y mi mente infantil, tenía la certeza de que me esperaba todos los días para estar conmigo.

Cuando crecí me entretuve con los estudios y descuidé a mi gran amigo, mi amigo del alma.

Con el tiempo nos hemos reencontrado y nuestra amistad se ha renovado. 

He comprobado las muchas gracias que recibes cuando lo visitas. Él nunca se cansa de consentirte y llenarte de esperanza. Le encanta que lo visiten. Por eso cuando alguien me viene a ver con un problema encuentro la solución más práctica y le recomiendo: 

“Visita a Jesús en el Sagrario”. 

Los he visto regresar a verme asombrados, maravillados por cambio tan impresionante que han experimentado luego de ver a Jesús.

Hace dos días tuve un sueño. Jugaba en el parque frente a mi casa. Del otro lado, en aquella capilla, Jesús se asomaba como un niño y me veía jugar y se preguntaba cuándo iría a verlo. Estaba ilusionado pensando que me acordaría de él. Y no siempre fue así. Crecí y lo descuidé.

Cuánto lo lamento.

Hoy le visité en una capilla que está a la vuelta de mi trabajo. Tengo 54 años. Ya no soy el niño aquél, pero entré imaginando que lo era y sentí que se alegraba cuando me vio llegar.

“Llegaste”, casi exclama. “Te esperaba”.

Y nos quedamos un largo rato charlando, como en aquellos días, contándonos historias, compartiendo nuestras aventuras.

Y Jesús sonreía feliz, contento, emocionado… mientras me escuchaba hablar.