FIESTA JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO – CICLO C (NOVIEMBRE 20 DE 2022)
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos, tengan muy buenos días (tardes, noches). Sean bienvenidos a la celebración de esta Santa Misa, en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, con la que finalizamos el año litúrgico.
Esta fiesta tan significativa con la que concluimos el Año, antes se celebraba el último domingo de octubre, desde el año 1925 en que la instituyó el papa Pío XI. Pero en la reforma de Pablo VI, el 1969, se trasladó, de muy buen acuerdo, al último domingo del año cristiano, el domingo 34 del Tiempo Ordinario.
Nuestra mirada a Jesús como Rey del Universo nos ayuda a ver nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.
Con esta perspectiva iniciamos nuestra celebración de Cristo Rey, gran festividad religiosa que cierra el año eclesiástico. De pie, cantemos todos.
Jesús, como Rey del Universo, nos ayuda a ver nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.
Para celebrar a nuestro Rey, juntos lo aclamamos gozosos con el canto de entrada.
MONICIÓN PARA TODAS LAS LECTURAS
En consonancia con la fiesta que celebramos, las lecturas de este domingo giran en torno a la figura del rey.
En el pasaje del libro de Samuel, David es ungido por los ancianos del pueblo. Los discípulos de Jesús supieron reconocerle como el Cristo (el ungido), como el sucesor esperado de aquel gran rey de Israel.
Así lo presenta el evangelio de Lucas, pero su entronización no tendrá lugar en un palacio, sino en la cruz.
El autor de la carta a los Colosenses, mediante un precioso himno, exalta a Cristo como rey de todo el universo según el designio amoroso de Dios. Escuchemos con mucha atención.
PRIMERA LECTURA
Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3)
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: «Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel»».
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Vamos alegres a la casa del Señor.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Vamos alegres a la casa del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20)
Hermanos:
Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo:
de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres,
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas (23, 35-43)
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro lo increpaba:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibirnos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le respondió:
«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor.
HOMILIA
Celebrada el último domingo del año litúrgico, la Solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el Papa Pío XI en 1925 con la encíclica Quas primas para responder al creciente secularismo, exponiendo que intentar “[alejarse] de Jesucristo y de su ley santísima” en la vida pública tendría como resultado una continua discordia entre los individuos y las naciones. Esta solemnidad cae en el último domingo del tiempo ordinario. La liturgia nos propone las lecturas de la coronación de David como rey y la escena del buen ladrón.
LA PRIMERA LECTURA nos relata la unción de David como rey de Israel. Los profetas habían vaticinado que el Mesías sería descendiente suyo. Usando esta línea argumental se presenta hoy esta lectura para nuestra consideración con la intención de exponer de este modo que Jesucristo, el Mesías, es el nuevo rey, es decir, se postula como nuestro rey. Así se introduce el relato evangélico. En él se nos dice que en el testero de la cruz se podía leer: “El rey los judíos”. Pero resulta que el trono es una cruz; su lógica no es la de este mundo. De hecho, en su mismo trono, y camino de él, ha sido objeto de burlas e improperios. Incluso ya clavado en la cruz, donde aparecen dos bandidos ajusticiados con él, uno de ellos el buen ladrón.
En esta escena, propia de Lucas, contrasta la inocencia de Jesús frente a la culpabilidad de los malhechores crucificados con él. El buen ladrón, tras replicar al otro por las burlas, reconoce la realeza de Jesús y su poder de salvación, solicitándole inmerecidamente que se acuerde de él en su reino. Se da cuenta de que no es culpable como ellos; percibe en el rostro de Cristo la imagen misma de Dios, su Hijo. Fruto de este reconocimiento le pide que se acuerde de él en su reino. No sabemos qué quería expresar en esta solicitud, cómo lo concebía. En todo caso ha captado que Cristo es el verdadero rey, el esperado como Mesías, con quien quiere estar en su gloria.
La petición implica arrepentimiento por sus faltas y fe en Jesucristo Mesías, poniendo en él a la esperanza de cualquier salvación. La respuesta de Jesús excede con creces la petición y la orienta hacia lo que realmente es la dicha. Jesús le promete que estará con él en el paraíso “hoy” mismo. ¿A qué se refiere la expresión? El hoy de la respuesta no alude al viernes, cronológicamente hablando, sino a la Pascua iniciada con su muerte, el tiempo de la salvación que comienza con los misterios de la pasión y resurrección de Cristo. Le promete participar en la condición regia y gloriosa del resucitado. De esta forma, es la primera persona de quien se declara su salvación; podríamos decir que el primer canonizado, el primer santo que sabemos que goza de la salvación. ¿No es curioso? Un recién llegado al discipulado; ¡Vamos, “llegar y besar el santo”! No importan ni la vida pasada ni la hora de la incorporación al seguimiento de Cristo. Basta la fe en el Salvador y la entrega incondicional a él. Así, el buen ladrón se ha convertido en la certeza consoladora de que la misericordia de Dios puede llegarnos incluso en el último instante, la certeza de que, incluso después de una vida extraviada, si pedimos su bondad podemos hallar respuesta. “Tú, que escuchaste al ladrón, también a mí me diste esepranza” (Dies Irae: Qui Mariam absolvisti, et latronem exaudisti, mihi quoque spem dedisti).
PARA NOSOTROS, sin embargo, el acceso al Reino de Dios pareciera más lento, fruto de una paulatina conversión personal, con avances y retrocesos, altos y bajos. Y es que el Reino de Dios del que Cristo es monarca poco o nada tiene que ver con las monarquías ni las formas políticas en que se organizan las sociedades. El reino de que nos habla cristo vale para republicanos y monárquicos. Recordemos sus palabras: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 8, 36). La meta de nuestra conversión es la entrada en el reino. El buen ladrón es ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar. Muy pronto al ladrón se le concede el perdón y una gracia más abundante que su petición. Dios le concede más aún, aclarándole lo que realmente desea el corazón del suplicante.
La petición del bandido y la respuesta del “rey de los judíos” nos centra en la verdadera gracia y lo que es el reino. La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino. Jesús responde al ladrón: “estarás conmigo”, y no simplemente “estarás en el paraíso” o “en el reino”. Si no se está con Él, si en tal reino no está Cristo mismo o no se está en unión con él, nada tiene de paradisíaco. En este sentido, la escena evangélica focaliza nuestra atención sobre la clave de toda salvación, es decir, la unión con Cristo. No es otra la misión de la Iglesia sino llevar a los hombres a Cristo, hacer que se adhieran a él y reciban su gracia. Toda otra tarea eclesial es subsidiaria de esta. Del mismo modo, nuestras acciones, tanto piadosas como caritativas, deben tener esta meta y no otra. De lo contrario, no iríamos más allá de una moral farisaica o un activismo tan loable como hueco. Que Cristo sea el rey de nuestras vidas, no otro.
Esta y no otra en la forma en que hemos de entender el reinado de Cristo. Un reino que no ha llegado a su plenitud, pero ya está presente entre nosotros. Cristo debe reinar en las personas. No es un reino político, sino el poderío de Dios, por la fuerza del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, que nos hace asemejarnos más y más a Cristo. Por ahí van los tiros del sentido de la solemnidad de hoy: “Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a Él estar unido” (Quas primas, 34).
La segunda lectura proclama que Cristo es el primogénito, de la creación y de la salvación. Y él es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia. No hay salvación sino por la unión con Cristo Cabeza, es decir, no hay salvación fuera de la Iglesia. Esta subsiste en la Iglesia Católica institucional, pero nos equivocaríamos trazando un contorno nítido con una clara frontera. Allá donde la Ley de Cristo impera en la mente y el corazón de los hombres reina Cristo, está presente y las personas se adhieren a él de una forma misteriosa que a nosotros no corresponde juzgar.
Que la eucaristía dominical obre en nosotros la soberanía de Cristo sobre nuestra inteligencia, voluntad y corazón, reinando en nosotros y, por nuestro medio, en nuestra sociedad.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Presidente: Cristo es el Rey del Universo y el Señor de la Iglesia. Dirijamos a Él nuestra oración confiada, que día a día presentamos con fe, diciendo todos:
REY DEL UNIVERSO, ATIENDE NUESTRA ORACIÓN.
- Para que la Santa Iglesia, unida en Cristo Rey de la paz, exprese a la luz del Evangelio la justicia nueva que Él ha promulgado desde la cruz. Roguemos al Señor.
- Para que los gobernantes de todas las naciones, especialmente los de nuestro país, cumplan su gestión con espíritu de servicio y no caigan en la tentación de dominar o reprimir a sus pueblos, roguemos al Señor. Roguemos al Señor.
- Para que los marginados, los desterrados, los enfermos, los encarcelados, los que sufren hambre y sed, puedan comprender que Cristo se identifica con ellos y no desoye sus lamentos. Roguemos al Señor.
- Para que, a todos nosotros, reunidos en torno al altar del Señor, la Eucaristía nos haga disponibles al perdón y a la reconciliación fraterna. Roguemos al Señor.
EXHORTACIÓN FINAL
Señor Jesús, que con el misterio de tu muerte y de tu resurrección has devenido Señor de la historia y del universo, haz que nuestra vida canta la fuerza de tu amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.