En el evangelio de hoy (Mateo 5, 38-48) leemos las dos últimas antítesis de la serie. La semana pasada leímos las antítesis sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio y los juramentos; en este domingo Jesús nos propone las antítesis referentes a la no violencia y al amor a los enemigos. Después de la sexta antítesis, el Maestro ofrece la conclusión a la serie, conclusión que está relacionada con la introducción que leímos el domingo pasado.
En el sermón de la montaña Jesús nos viene revelando que el ser humano está llamado a la comunión profunda en el amor con Dios y que, a partir de esta comunión en el amor, en el ser humano se va dando un proceso de conversión que llevará a la persona a parecerse cada vez más al Padre del cielo.
Cuando el discípulo de Jesús asume la gracia y se deja transformar por ella abandona el estilo de ‘justicia de los fariseos’ que creen que la salvación es la recompensa al actuar cumpliendo escrupulosamente leyes y normas y pasa a ver la necesidad de estar unido a Dios para poder ser luz.
La serie de antítesis puede interpretarse desde la ‘justicia de los fariseos’ y encontrar unas fórmulas para resolver nuestra vida cristiana; pero no caigamos en ello y mejor contemplemos el conjunto de las seis antítesis y centremos nuestra interpretación a partir de la introducción y de la conclusión de la serie.
En la última antítesis, la referente a la no violencia, Jesús propone tomarnos en serio la renuncia a toda violencia y no simplemente contentarnos con no sobrepasar la barrera con la que la ley «ojo por ojo y diente por diente» controla la actitud vengativa.
Las recomendaciones de no oponer resistencia, ofrecer la otra mejilla y entregar toda la ropa no se pueden entender como actos para los que uno se programa; de ser así, estaríamos atrapados en la casuística y por lo mismo impedidos para acoger la propuesta de Jesús que nos impulsa a ser creativos.
Las recomendaciones de las dos últimas antítesis las hemos de recibir como una actitud de permanente protesta contra la violencia que deshumaniza y convencernos que la cotidianidad del discípulo está determinada por el Reino. Aquí Jesús está pidiendo de nosotros una conducta diferente a lo que a diario encontramos en muchas relaciones entre los hombres.
Fijémonos que tanto la antítesis sobre el amor a los enemigos, como la referente a la no violencia, no vinculan recompensa alguna ni se proponen con alguna recomendación de tipo sapiencial. La motivación para asumir un nuevo modo de comportamiento es sencillamente la filiación divina: «Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto».