En el evangelio de la misa de hoy (Mateo 4, 12-23) diferenciamos dos partes, la primera es una introducción a la historia sobre Jesús que iremos leyendo a lo largo de los domingos de este año, y la segunda, refiere la llamada de Jesús a los primeros discípulos.
En la introducción el evangelista señala las coordenadas de tiempo y espacio en las que se inicia la predicación de Jesús. El tiempo está marcado por la entrada en prisión de Juan el Bautista: «Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan»; el espacio (lugar) es configurado por el desplazamiento de Jesús desde Nazaret hasta Cafarnaúm «junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí»; esta explicación del desplazamiento de Jesús da pie a Mateo –amigo de citar textos del Antiguo Testamento– para indicar que Jesús cumple lo anunciado en las Escrituras.
En este marco de tiempo y espacio Jesús inicia su misión, a continuación, Mateo pasa a develarnos el compendio de la predicación de Jesús: «Conviértanse porque está cerca el reino de los cielos». A partir del próximo domingo, cuando iniciaremos la lectura del Sermón de la montaña, Jesús irá exponiendo este proyecto de Dios que el evangelista llama reino de los cielos.
En la segunda parte del evangelio de este domingo tenemos la llamada a los primeros discípulos. Ahora el escenario es la orilla del lago. Pictóricamente se trata de un paisaje horizontal; visual y acústicamente es la repetición sinfín del ir y regresar de las olas. En este escenario de horizontalidad ‒que evoca cercanía‒ y de murmullo ‒que llega a hacerse imperceptible‒ los evangelios suelen ubicar los relatos de vocación. Tal vez para decirnos que en la cercanía de unas relaciones fraternas y a través de un murmullo que se puede hacer imperceptible, Dios llama.
La narración avanza exponiendo dos situaciones muy similares en la llamada de los primeros cuatro discípulos: dos pares de hermanos de oficio pescadores. El primer par de hermanos estaban lanzando las redes, los otros remendándolas. La fascinación que pudo causar el trato de Jesús con ellos el relato la presenta en la respuesta que se repite, «Inmediatamente dejaron las redes (la barca y a su padre) y lo siguieron».
‘Inmediatamente’, es decir, en el instante en el que desde los propios límites el ser humano percibe la realidad de la gracia, el momento en el que el riesgo de la fe vence la resistencia de la seguridad que ofrece todo lo conocido. La fascinación por Jesús actúa como un relámpago que libera de toda atadura de manera que solo queda la opción de seguirlo. A lo largo de nuestro peregrinar cristiano en muchas ocasiones quisiéramos volver a la lucidez de aquel momento fugaz en que superada toda resistencia emprendimos el camino del seguimiento.
Esta segunda parte del evangelio de hoy nos mueve a pedir la gracia de mantenernos en coherencia con aquel ‘inmediatamente’ que hay en el inicio de la experiencia de todo aquel que ha comenzado a ser discípulo.