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Estén preparados… viene el Hijo del hombre

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Enseñanza para el 1er. domingo de adviento. 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.  Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estén ustedes en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor. Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre.» (Mateo 24, 37-44).

1. El tiempo litúrgico del Adviento

Comienza hoy el tiempo del Adviento, y con él un nuevo año litúrgico en el calendario de la Iglesia. Adventus quiere decir advenimiento, venida, llegada, y es la traducción latina del griego parusía, que significa una presencia ya comenzada. Los textos bíblicos del Nuevo Testamento, que han llegado hasta nosotros escritos originariamente en griego, se refieren con este término a la venida de Dios a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret.

Pero no se trata sólo de recordar lo acontecido hace poco más de veinte siglos. Para quienes creemos en Jesucristo, su presencia salvadora sigue aconteciendo en nosotros en la medida en que nos disponemos a recibirla en nuestra vida. Por eso se nos invita en este tiempo del Adviento a prepararnos para que Jesús venga a nosotros en la Navidad, acogiéndolo en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, y sobre todo en nuestros corazones, en el interior de cada uno y cada una de nosotros, de modo que su presencia espiritual nos transforme y nos renueve.

Asimismo, el tiempo litúrgico del Adviento nos remite a la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos, que se cumplirá para cada uno de nosotros cuando pasemos de esta vida a la eterna. Por eso en el Adviento se nos invita a estar preparados para ese encuentro definitivo con el Señor, y a expresar, desde nuestra fe en Él, la esperanza en un porvenir de felicidad plena y sin fin, que Él mismo ha hecho posible para todos los seres humanos.

2. La Corona de Adviento, símbolo que expresa la esperanza vigilante

La tradición cristiana conserva para este tiempo la “Corona de Adviento”, un círculo de ramas verdes con cinco velas, cuatro de ellas moradas -el color litúrgico que representa la actitud de conversión con que nos preparamos para la venida del Señor-, y en el centro una de color blanco, que es el propio de la Navidad. Cada uno de los 4 domingos de Adviento se va prendiendo una vela para significar el desarrollo progresivo de la presencia de Dios en la historia humana del Dios, hasta llegar al nacimiento de Jesús Dios hecho hombre, simbolizado en la vela blanca, que se enciende en la noche de la Navidad y representa a nuestro Señor Jesucristo como la Luz que nos libra de la oscuridad espiritual.

Los colores y la disposición de la Corona de Adviento pueden variar (pueden ser sólo las vela de los cuatro domingos -una de ellas de color rosado que corresponde al III Domingo de Adviento, en el que las lecturas invitan al gozo espiritual-, pero lo esencial es el significado de esta tradición que podemos seguir no sólo en los templos, sino también en nuestros hogares para expresar el espíritu propio del Adviento, que se centra en la esperanza.

3. Las lecturas de este I Domingo de Adviento nos invitan a una esperanza activa

- Un personaje bíblico significativo del Adviento es el profeta Isaías, quien vivió en Jerusalén entre los años 765 y 700 a. C., cuya predicación corresponde a los primeros 39 capítulos del libro del Antiguo Testamento que lleva su nombre. (Los demás capítulos, del 40 al 66, son de otros autores posteriores, llamados el segundo y el tercer Isaías). En la primera lectura de este primer domingo del Aviento (Isaías 2, 1-5), empleando simbólicamente la imagen del monte Sión, situado en Jerusalén -nombre que significa “lugar de paz”-, el profeta anuncia un porvenir en el que la humanidad caminará a la luz del Señor por senderos de justicia y de convivencia pacífica, de acuerdo con la ley de Dios. Los creyentes en Jesucristo reconocemos que en Él se ha iniciado el cumplimiento de esta promesa, que se hace realidad en la medida en que seguimos sus enseñanzas. Si hoy continúa la violencia en múltiples formas, esto se debe a que ellas no han sido atendidas.

- En el Evangelio (Mateo 24, 37-44), Jesús anuncia su propio advenimiento definitivo llamándose a sí mismo “el Hijo del hombre”, término que aparece en el libro de Daniel, otro profeta bíblico que vivió en tiempos del rey Nabucodonosor durante el destierro de los judíos en Babilonia -602 a 538 a.C.-, aunque el texto que conocemos bajo su nombre es de mediados del siglo II a.C. El texto de Daniel relata así una visión simbólica: “Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre (…), y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían (…) y su reino jamás será destruido” (Dn 7, 13-14). Recurre Jesús asimismo a otras imágenes, como la de quien cuida en la noche que su casa no sea asaltada, para invitarnos a permanecer vigilantes de modo que, cuando llegue el día de nuestro encuentro definitivo con Él, estemos debidamente preparados. Para ello se remite a la imagen bíblica del arca de Noé en tiempos del diluvio, según el relato también simbólico que aparece en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, en el cual se nos invita a reconocer la acción salvadora de Dios que hace posible una nueva creación para quienes permanecen fieles a él, representados en la figura de Noé y su familia.

- Y la palabra de Dios a través del apóstol San Pablo, en la segunda lectura de hoy, tomada de su carta a los primeros cristianos de Roma (Romanos 13, 11-14), nos invita a estar bien despiertos, para que el encuentro definitivo con el Señor en la eternidad no nos sorprenda desprevenidos. La imagen del contraste entre la noche y el día, entre las tinieblas y la luz, indica cómo debe ser esta preparación: desechando de nuestra vida la oscuridad del egoísmo que es el origen de todo pecado, para caminar en la luz del amor y de la gracia de Dios, con la dignidad propia de nuestra condición de hijos suyos, a imagen y semejanza de su Hijo Jesucristo.

Que la Santísima Virgen María, madre de Dios hecho hombre, madre nuestra, Madre de la Iglesia, así como su esposo San José, padre nutricio de Jesús, ambos modelos de fe y esperanza, nos alcancen con su intercesión el crecimiento en estas virtudes durante el tiempo del Adviento y la Navidad.

 

 

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