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DÉCIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C (JULIO 10 DE 2022)

MONICIÓN DE ENTRADA

Queridos hermanos, les damos una cordial bienvenida a la casa de Dios para celebrar la Santa Misa en el Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario.

Este es un domingo al que podemos llamar «Del Buen Samaritano», con un llamado de Dios a hacer el bien, un mandato cuya práctica está al alcance de todos, por lo que nadie tiene excusa alguna.

Con un corazón dispuesto a practicar la misericordia, comenzamos esta Santa Eucaristía cantando juntos el canto de entrada…

 

MONICIÓN ÚNICA PARA TODAS LAS LECTURAS

El libro del Deuteronomio presenta la práctica de la ley del Señor como algo asequible y positivo para el ser humano. El evangelio de Lucas lo aclara al afirmar que en ella se indica el camino que conduce a la vida eterna, y consiste en amar a Dios y al prójimo. Y lo ilustra con el ejemplo de vida del buen samaritano.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Deuteronomio (30,10-14):

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir:

“¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”.

El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas».

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi.

Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.

 

Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.

 

Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Dios salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,15-20):

Cristo Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.

 

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37)

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

Él le dijo:

«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».

El respondió:

«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».

Él le dijo:

«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».

Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:

«¿Y quién es mi prójimo?».

Respondió Jesús diciendo:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

Él dijo:

«El que practicó la misericordia con él».

Jesús le dijo:

«Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor.

 

HOMILÍA

Si buscamos un hilo conductor que una las temáticas de las tres lecturas de este domingo, sería el siguiente: la vocación cristiana implica necesariamente la conciencia clara de una misión. El proyecto de Dios (un plan de Amor) es la base de esta vocación y de la misión. Siguiendo el contenido de las tres lecturas, podríamos resumir así: el Plan de Dios está contenido en la Ley (primera lectura) y Cristo representa la realización plena y definitiva de este plan (segunda lectura); Cumplir y obedecer la Ley (el plan de Amor) se expresa y se manifiesta en el encuentro con el prójimo (evangelio): haz tú lo mismo. Tal vez deberíamos cambiar el orden, y comenzar primero por la experiencia humana, para concluir que antes de la Ley hay un hombre, Jesús, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura, y que es el centro que da cohesión, sentido y unidad a todo.

Deuteronomio (30,10-14): La Ley en el corazón

El texto de hoy es de los más densos, profundos y expresivos. Los sabios siempre habían comparado la ley de Dios a la Sabiduría, y ésta se consideraba inaccesible. En esta exhortación de hoy se quiere poner de manifiesto que aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy fácil de entender, con objeto de que se pueda llevar a la práctica. Lo que Dios quiere que hagamos no hay que ir a buscarlo más allá del cielo o a las profundidades del mar: lo bueno, lo hermoso, lo justo, es algo que debe estar en nuestro corazón, debe nacer de nosotros mismos. Y esa es la voluntad de Dios. En la liturgia de hoy resonará con fuerza una concepción de la ley, de la voluntad de Dios, que nada tiene que ver con un determinismo o un fundamentalismo irracional. Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, porque Él sea Dios y nosotros criaturas, sino que pretende conducirnos con libertad para ser liberados de una inercia social y religiosa en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar de una forma puntual.

Lectura: Colosenses (1,15-20): Cristo imagen del Dios invisible

II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre los muertos”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a Él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la vida que Él tiene.

Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra mentalidad, podemos escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos. Para los cristianos ello no debe ser extraño, porque nuestra religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que, en el trasfondo, se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo. Pero este canto es como un grito necesario, porque hoy, más que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.

 

Evangelio: Lucas (10,25-37): ¿A quién debemos amar?

III.1. Y ahora el evangelio del día: una de las narraciones más majestuosas de todo el Nuevo Testamento y del evangelio de Lucas. Una narración que solamente ha podido salir de los labios de Jesús, aunque Lucas la sitúe junto a ese diálogo con el escriba que pretende algo imposible. El escriba quiere asegurarse la vida eterna, la salvación, y quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello. Quiere una respuesta “jurídica” que le complazca. Pero los profetas no suelen entrar en esos diálogos imposibles e inhumanos. Ya la tradición cristiana nos puso de manifiesto que Jesús había definido que la ley se resumía en amar a Dios y al prójimo en una misma experiencia de amor (cf Mc 12,28ss). No es distinto el amor a Dios del amor al prójimo, aunque Dios sea Dios y nosotros criaturas. Pero el escriba, que tenía una concepción de la ley demasiado legalista, quiere precisar lo que no se puede precisar: ¿quién es mi prójimo, el que debo amar en concreto? Aquí es donde la parábola comienza a convertirse en contradicción de una mentalidad absurda y puritana.

Dos personajes, sacerdote y levita, pasan de lejos cuando ven a un hombre medio muerto. Quizás venían del oficio cultual, quizás no querían contaminarse con alguien que podía estar muerto, ya que ellos podrían venir de ofrecer un culto muy sagrado a Dios. ¿Era esto posible? Probablemente sí (es una de las explicaciones válidas). Pero eso no podía ser voluntad de Dios, sino tradición añeja y cerrada, intereses de clase y de religión. Entonces aparece un personaje que es casi siniestro (estamos en territorio judío), un samaritano, un hereje, un maldito de la ley. Éste no tiene reparos, ni normas, ha visto a alguien que lo necesita y se dedica a darle vida. Mi prójimo -piensa Jesús-, el inventor de la parábola, es quien me necesita; pero más aún, lo importante no es saber quién es mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está describiendo a Dios mismo y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo lleva a la posada y la asegura un futuro.

Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión verdadera (la del sacerdote y el levita); la religión verdadera es aquella que da vida, como hace el Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una interpretación simbólica muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios. Por tanto, cuando Jesús cuenta esta historia o esta parábola, quiere hablar de Dios, de su Dios. Y si eso es así, entonces son verdaderamente extraordinarias las consecuencias a las que podemos llegar. Nuestro Dios es como el “hereje” samaritano que no le importa ser alguien que rompa las leyes de pureza o de culto religiosas con tal de mostrar amor a alguien que lo necesita. La parábola no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de Dios. Fue creada, sin duda, para hablar a los "escribas" de Israel del comportamiento heterodoxo de Dios, el cual no se pregunta a quién tiene que amar (como hace el escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y ofrecerles un futuro.

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

Dirijamos ahora nuestra oración confiada a Dios, que es siempre fiel a su alianza con nosotros, para que, sostenidos por su gracia, no nos desanimemos en nuestro peregrinar. Digamos todos:

POR TU BONDAD, SEÑOR, ESCÚCHANOS.

  1. Por el pueblo de Dios, para que no desoiga el mensaje del Evangelio, lo mantenga vivo en su corazón y lo ponga en práctica con las obras que le agradan al Señor. Oremos.
  2. Por quienes dirigen el curso de los pueblos, para que aparten de su corazón el egoísmo y se preocupen por mantener en su corazón el amor a Dios y al prójimo. Oremos.
  3. Por los que no encuentran trabajo, para que, depositando su fe en Dios providente, logren conseguir un empleo digno y estable. Oremos.
  4. Por nosotros, aquí reunidos, para que no dejemos de escuchar el mensaje que Dios nos transmite en su Palabra ni de cumplir sus mandamientos, siendo verdaderos discípulos fundamentados en el amor. Oremos.

 

EXHORTACIÓN FINAL

Gracias, Padre, porque en Cristo, el buen samaritano,

Sales siempre al encuentro del hombre maltrecho y caído.

Tú no nos dejas nunca solos en las lágrimas y en la noche,

Sino que nos recoges en el hogar de tus manos de padre.

Con su ejemplo nos enseñó Jesús a no pasar de largo,

Ignorando al hermano necesitado que encontramos en la ruta.

Concédenos, Señor, imitar tu compasión y tu misericordia,

Para que, portándonos como prójimos de todo hombre y mujer

Que nos acompaña en la común travesía del desierto de la vida,

Nos entreguemos a la apasionante tarea de amar a los hermanos.

Así el amor será nuestra vida y nuestra identificación.

Amén.