CUARTO DOMINGO DE CUARESMA - CICLO C (MARZO 27 DE 2022)
MONICIÓN DE ENTRADA
Queridos hermanos, llegamos ya al cuarto domingo de Cuaresma, llamado también Domingo de Laetare (alegraos), Domingo de la Alegría, día de alegría ante la proximidad de las fiestas pascuales.
El Hijo Pródigo es la parábola que mejor refleja el anuncio de la Buena Noticia de Dios a los pobres y pecadores. En este IV domingo de Cuaresma es un gran mensaje para todos nosotros que venimos a la casa del Padre, para pedir su perdón y celebrar un gran banquete.
Sean todos bienvenidos. Comencemos esta gran fiesta cantando juntos. De pie…
MONICION ÚNICA PARA TODAS LAS LECTURAS
Las lecturas de este día tienen un marcado carácter festivo. Los israelitas celebran la fiesta de la Pascua por primera vez en la tierra prometida.
De este modo se unen al canto del salmista que bendice al Señor por su grandeza y su bondad. El padre del evangelio de Lucas prepara una gran fiesta para conmemorar que su hijo perdido ha vuelto a la vida. Escuchemos gozosamente este mensaje.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Josué (5,9a.10-12)
En aquellos días, dijo el Señor a Josué:
- «Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.»
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escucha y lo salvó de sus angustias.
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,17-21)
Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32)
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
- «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».
Palabra del Señor.
HOMILIA
El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua (Jos 5, 9a. 10-12). Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33). Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo (2 Cor 5, 17-21). Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido (Lc 15, 1-3. 11-32).
Este domingo es de alegría (laetare). “Era preciso alegrarse”, dice el evangelio, porque el hijo perdido fue encontrado. La llamada “parábola del hijo pródigo” protagoniza las lecturas. Si no la conociéramos, ¿qué título le pondríamos? Son tres personajes. Para unos se llamaría “La parábola del buen padre”. ¿No presenta así a Dios, bueno y dispuesto a reconciliarnos? Otros proponen “la parábola de los dos hermanos”, quizá más acertado, pues en ella Jesús responde (Lc 15, 1-2) al reproche de los fariseos (representados por el hijo mayor) por acoger a los pecadores y comer con ellos (el hijo menor). Las dos parábolas precedentes, (la oveja y la dracma perdidas) van en línea: mostrar como propias de Dios la bondad y misericordia de Jesucristo para con los pecadores. Él revela la actitud del Padre, actúa como Dios lo haría. Al identificar su actuación con la del Padre, justifica su manera de proceder, finalmente avalada con su resurrección. El motivo de alegría de este domingo, pues, es la misericordia de Dios para con nosotros pecadores.
Si Cristo se identifica con el padre de la parábola, nos queda elegir entre el hijo menor o el mayor. Este se enfada al volver de su trabajo y saber de la fiesta. Ve injusto que se le dé a cambio de nada, después lo que hizo. Toda su vida de lealtad y trabajo parecen nada. Y se amarga pensado: “todos estos años… y ni siquiera…”. Ignora el devenir interior, la transformación de su hermano, su alejamiento, caída y vuelta a sí mismo y a su casa. En realidad, también a él le hubiera gustado hacer lo mismo y experimentar una liberad sin límites. Y este deseo callado le ha ido agriando por dentro. De este modo, no ha experimentado su vida en el hogar como una gracia. Por eso, no le vale lo del padre: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31). Estas palabras se dirigen al hijo mayor, es decir, a los fariseos que murmuran indignados porque acoge a los pecadores.
Jesús se dirige a los que se consideran justos, fieles, cumplidores ante Dios. Les pide, como al hermano mayor, que pasen dentro de la casa, que se unan a la fiesta por el hijo perdido y hallado. Que participen del gozo de la reconciliación. Esta llamada de Dios sigue vigente hoy, ahora. La parábola se dirige hacia la tentación del justo, de los cristianos que nos consideramos practicantes o, más ampliamente, buenos cristianos, en paz y en regla con Dios. Los cristianos para los que Dios es básicamente la Ley a cumplir. Como dice el mayor: “sin desobedecer nunca una orden tuya”. Son quienes entienden jurídicamente la relación con Dios y están a buenas con Él a base de cumplir. Pero Dios desborda todo eso. Se trata de pasar del Dios del mandamiento al Dios del amor, que engloba al primero y lo rebasa. No es pasar de los preceptos; la obediencia ha de brotar de más de dentro, de una experiencia del amor de Dios que es más abierta, amplia, pura y, sobre todo, humilde.
La indignación del hermano mayor por la bondad del Padre revela que su obediencia es amargada y, por tanto, limitada. Si pudiera, habría recorrido el camino del hijo pródigo. Hay una especie de envidia porque se ha salido con la suya. Pero ignora por completo la experiencia el peregrinaje, la alienación y la purificación que experimentó su hermano; ni lo barrunta. El hijo mayor vive su libertad como una esclavitud, una filiación inmadura. Para purificarse y madurar necesita entrar en la fiesta y admitir que Dios es justo, participando de la celebración como si fuera la suya. No sabemos si fue así, la parábola se corta ahí. Podemos imaginar el final, puede ser un buen ejercicio de meditación.
Así, la parábola se está dirigiendo a nosotros, los que siempre hemos estado en la casa con el Padre, los cristianos de toda la vida, invitándonos a convertirnos de verdad al gozo de nuestra fe. A alegrarnos de ser hijos de Dios. Sin embargo, sabiéndonos en parte el hijo mayor, ¿quién de nosotros no puede hacer suyas esas palabras: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo” (Lc 15, 21). El hijo menor es también espejo donde mirarnos y un modelo para meditar el proceso de alejamiento, conversión y vuelta a Dios.
El menor pide la herencia, se marcha y la despilfarra. Quiere exprimirle todo el jugo a la vida, sin mandamientos ni autoridad. Busca la libertad sin límites, vivir por sí mismo siguiendo sus apetitos naturales. La completa autonomía y disfrute de la vida. ¿Acaso no es esta una aspiración actual? ¿No es el modelo de rebeldía, ante todo, también frente a Dios? La palabra usada en la parábola para referirse a la propiedad que malgasta el hijo (τὴν οὐσίαν αὐτοῦ) es la misma que se usa en filosofía para designar la esencia de las cosas. Es como si dijera: “se despilfarró a sí mismo”. Se desfondó, se vació. Buscó la libertad y encontró esclavitud. Cayó bajo, cuidando cerdos. La falsa autonomía lleva a la esclavitud; queriendo uno “ganarse” se pierde. Y es que nuestra naturaleza tiene una dirección, una meta y unos valores. En adherirnos interiormente a lo que constitutivamente somos consiste la libertad. Ésta no va de hacer lo que nos da la gana, sino lo que debemos de buena gana.
Tocó fondo y ahí, dándose cuenta, comenzó su conversión. No es él mismo ni está en su casa. Ve que se fue del hogar y se propone volver. Es mezcla de sufrimiento y purificación interior. La conversión implica toma de conciencia, extrañamiento respecto a uno mismo, visión de la meta a la que estamos llamados, dolor purificante e impulso de vuelta a la propia casa, a la verdad de la propia existencia. Cuando iniciamos esta conversión, Dios es el Padre que está siempre esperándonos, dispuesto a abrazarnos. En cuaresma, momento privilegiado para culminar una conversión, nos inspira.
Paralelo, espiritualmente, al peregrinaje del hijo pródigo es el del pueblo de Israel desde la esclavitud de Egipto a la tierra prometida, narrado en la primera lectura. Lo mismo el hijo pródigo, regresa a su casa, con Dios, tras la experiencia en tierra extranjera. La salida del pecado (estar lejos de Dios) es como un éxodo hasta llegar al hogar, con Dios.
Meditemos la parábola del buen padre y sus dos hijos; preparemos la Pascua practicando su mensaje. Dios sale a nuestro encuentro con el Hijo, muerto y resucitado por nosotros. Por medio de Cristo Dios nos reconcilió a nosotros, sus hijos pródigos, con Él. ¡Dejémonos reconciliar con Dios! ¡Seamos hijos pródigos! ¡Abandonemos la amargura del hermano se creyó justo! ¡Abramos nuestro corazón al perdón de Dios y a la alegría de la Pascua, precedida por la cruz y coronada con la Vida! Que así sea.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Elevemos nuestra oración al Padre amoroso, aquel que sin importar cuán lejos estemos de Él, se preocupa por nosotros y nos brinda su amor y misericordia. Digamos todos:
DIOS DE AMOR, ESCÚCHANOS.
- Por la Iglesia, para que Dios le otorgue siempre el don de discernimiento con el que pueda juzgar rectamente cada acontecimiento de su historia y la del mundo, según los criterios de Dios. Oremos.
- Por quienes dirigen los destinos de las naciones, especialmente los gobernantes de nuestro país, para que sepan discernir y escoger las estrategias políticas y económicas adecuadas para superar la crisis y precariedad laboral. Oremos.
- Para que haya más alegría en el corazón de cada persona, especialmente en aquellos que hoy están tristes por padecer alguna necesidad. Oremos.
- Por todos nosotros, para que la escucha de la Palabra nos transforme y nos haga cada vez más deseosos de la vida divina que Dios da a manos llenas a quien no lo rechaza. Oremos.
EXHORTACIÓN FINAL
Te bendecimos, Dios Padre, porque Jesucristo, tu Hijo,
fue conocido y acusado como “el que acoge a los pecadores”.
En la parábola del hijo pródigo nos dejó la mejor y más exacta
radiografía de tu corazón de padre que ama y perdona siempre.
Bendito, seas Señor, porque eres un Dios reconciliador
y no nos tratas como merecen nuestros continuos desdenes,
sino que corres a nuestro encuentro y, como al hijo pródigo,
nos colma de amor, besos, ternura, regalos, pan y eucaristía.
Hoy queremos desandar el camino para descansar al fin
en tus brazos, dejándonos querer por ti; así rehabilitados,
podremos sentarnos a tu mesa con todos los hermanos.
Amén.