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"Preparen el camino del señor"

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Enseñanza para el 2° domingo de adviento.  

Por aquel tiempo Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos."

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión, y no se hagan ilusiones, pensando: "Abraham es nuestro padre", pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras.

Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12).

En las lecturas bíblicas de este domingo encontramos tres temas significativos, propios de este tiempo litúrgico del Adviento, durante el cual nos preparamos para conmemorar la venida de Dios hecho hombre en la persona de Jesús. Las promesas hechas por Dios a los patriarcas, el anuncio profético de un Mesías y la conversión.

1. Las promesas hechas por Dios a los patriarcas son para toda la humanidad

Los patriarcas o primeros padres antepasados de lo que sería el pueblo de Israel -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien procedieron las doce tribus que dieron origen a este pueblo-, son evocados por el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9).

Aquellos patriarcas fueron los primeros creyentes en un solo Dios, y por lo mismo también nuestros primeros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. El apóstol san Pablo hace referencia a ellos para exhortarnos a que mantengamos la esperanza en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo de formar a partir de ellos un pueblo numeroso que sobreviviría a todas las calamidades. Estas promesas fueron hechas no sólo para los israelitas, sino también para los gentiles, es decir, quienes, siendo de distintas razas y culturas, íbamos a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se iba a hacer presente en la historia humana, en la persona de su Hijo Jesucristo para crear un nuevo “pueblo de Dios”, constituido por la comunidad que llamamos la “Iglesia”, de la cual hacemos parte todos los bautizados en su nombre.

2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a iniciar el Reino de Dios

“Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura, del libro profético de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a.C. para ser rey de Israel y como tal fue ungido (las palabras “Mesías” en hebreo y “Christos” en griego significan precisamente eso: Ungido).
Poco más de dos siglos y medio después de David, hacia el año 740 a. C., Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías, descendiente de Jesé -y por lo tanto de su hijo el rey David-, que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. El profeta emplea en este anuncio una metáfora poética: las fieras salvajes convivirán en armonía con los animales mansos y con los niños.

El Salmo escogido para la liturgia de este domingo -Salmo 72 (71)-, se cantaba en la entronización de cada nuevo rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera la justicia y la paz, no sólo a la nación sino a todo el mundo: “hasta el confín de la tierra”. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que a los pobres se les hará justicia porque serán liberados de quienes los oprimen. Y los pobres son, tanto ayer como hoy, quienes sufren las consecuencias de la injusticia y de todas las demás formas de violencia: los desposeídos, los marginados, los excluidos, los secuestrados, los desplazados.

En este tiempo en el que nos preparamos para celebrar la Navidad y el Año Nuevo, reforcemos nuestros sentimientos de solidaridad con todos ellos, en la oración y también mediante las acciones que podamos realizar. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el Salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.

3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión

El Evangelio nos presenta a un personaje reconocido como san Juan Bautista, un predicador austero que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán. Su clamor es una invitación a la conversión: Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos. Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas, pero el Evangelio según san Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” para seguir la costumbre de los judíos, que evitan por respeto pronunciar el nombre de Dios.

La exhortación de Juan Bautista es también para todos nosotros, y su realización sólo es posible desde el reconocimiento humilde de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de los fariseos y saduceos, integrantes de sectas religiosas a quienes que critica duramente Juan llamándolos raza de víboras. Quienes en aquel tiempo escuchaban a Juan Bautista y acogían su invitación a convertirse, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Nosotros, al confesar nuestros pecados ante Dios y ante la comunidad -representada por el sacerdote- en el sacramento de la reconciliación expresamos nuestro reconocimiento de la necesidad de ser perdonados y se renueva para nosotros la gracia del sacramento del Bautismo, con la cual viene a nuestra vida el Reino de Dios. Dispongámonos, pues, a que la conmemoración ya próxima del Nacimiento de Jesús no se nos quede en los ajetreos externos de una navidad comercializada, sino que con nuestra actitud sincera de conversión a Dios y de reconciliación con Él y entre nosotros, empezando por la vida familiar, se haga realidad para cada uno y cada una de nosotros lo que Jesús nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: Venga a nosotros tu Reino, que es, en definitiva, lo mismo que pedimos también en la Eucaristía después de la consagración del pan y del vino: Ven, Señor Jesús.

Finalmente, que la Santísima Virgen María, de quien el 8 de diciembre se conmemora su Inmaculada Concepción, es decir, la gracia de haber sido concebida sin el pecado original -cuya celebración litúrgica este año será el día de mañana-, junto con san juan B autista interceda por nosotros para que atendamos efectivamente el llamado a preparar el camino del Señor.

 

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