Papa Francisco, homilía Santa Misa en la capilla de la Domus Sanctae Marthae «Enseñar a adorar» (5 de febrero de 2018)
«Tantas veces pienso que nosotros no enseñamos a nuestro pueblo a adorar. Sí, les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero a adorar...». La oración de adoración «nos aniquila sin aniquilarnos: en el aniquilamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza (...) siempre en camino: camino difícil, camino en cuesta, pero en camino hacia la adoración (...) las palabras desaparecen frente a la gloria de Dios: no se puede hablar, no se sabe qué decir (...) Salomón solamente osa decir dos palabras, en medio de la adoración: “Escucha y perdona”, solamente eso. No se puede decir más. Adorar en silencio con toda una historia al lado» y pedir a Dios: «Escucha y perdona (...) Nos hará bien, hoy, tomar un poco de tiempo de oración» y en eso hacer «memoria de nuestro camino, la memoria de las gracias recibidas, la memoria de la elección, de la promesa, de la alianza (...) buscar ir arriba, hacia la adoración y en medio de la adoración, con tanta humildad decir solamente esta pequeña oración: “Escucha y perdona”».
Papa Francisco, Homilía, Santa Misa en la capilla de la Domus Sanctae Marthae (22 de noviembre de 2013)
«El templo es el lugar donde la comunidad va a orar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar (...) en el templo se adora al Señor. Este es el punto más importante (...) Toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero creo, humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios (...) Nuestros templos ¿son lugares de adoración? ¿Favorecen la adoración? Nuestras celebraciones, ¿favorecen la adoración? (...) también Jesús purifica el templo (...) Está escrito: mi casa será casa de oración (...) no de otra cosa. El templo es un lugar sagrado. Y nosotros debemos entrar allí, en la sacralidad que nos lleva a la adoración. No hay otra cosa (...) Además, san Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo: yo soy un templo, el Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: no entristezcáis al espíritu del Señor que está dentro de vosotros (...) en estos dos templos —el templo material lugar de adoración y el templo espiritual dentro de mí, donde mora el Espíritu Santo— nuestra actitud debe de ser la piedad que adora y escucha; que ora y pide perdón; que alaba al Señor (...)cuando se habla de la alegría del templo, se habla de esto: toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracias, en alabanza. En oración con el Señor que está dentro de mí, porque soy templo; en escucha; en disponibilidad (...) Que el Señor nos conceda este sentido auténtico del templo para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de la Palabra de Dios».
Papa Francisco, discurso a los participantes en la plenaria del Consejo Pontificio para la promoción de la nueva evangelización (14 de octubre de 2013)
Todo esto, sin embargo, en la Iglesia no se deja a la casualidad, a la improvisación. Exige el compromiso común para un proyecto pastoral que remita a lo esencial y que esté bien centrado en lo esencial, es decir, en Jesucristo. No es útil dispersarse en muchas cosas secundarias o superfluas, sino concentrarse en la realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor, y en amar a los hermanos como Él nos amó. Un encuentro con Cristo que es también adoración, palabra poco usada: adorar a Cristo.
Papa Francisco, Homilía, Santa Misa en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae (7 de septiembre de 2013)
¿Cuál es entonces la regla para ser cristiano con Cristo? ¿Y cuál es el «signo» de que una persona es un cristiano con Cristo? Se trata de una «regla muy sencilla: es válido sólo lo que te lleva a Jesús, y sólo es válido lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice».
«Es un signo sencillo el del ciego de nacimiento del que habla el Evangelio de Juan en el capítulo noveno. El Evangelio dice que se postró ante Él para adorar a Jesús. Un hombre o una mujer que adora a Jesús es un cristiano con Jesús. Pero si tú no consigues adorar a Jesús, algo te falta».
He aquí «una regla y un signo»: «La regla es: soy un buen cristiano, estoy en el camino del buen cristiano, si hago lo que viene de Jesús o me lleva a Jesús porque Él es el centro. El signo es la adoración ante Jesús, la oración de adoración ante Jesús».
Papa Francisco, Homilía, Santa Misa en la Basílica de San Pablo Extramuros (14 de abril de 2013)
Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que «ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor» (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como «el Señor». ¡Adorarlo! El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir: afirmar, creer ─pero no simplemente de palabra─ que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.