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Lo que implica amar a Jesús

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Enseñanza para el domingo XIII del Ciclo A. 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Quien quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mí; y quien no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. Quien encuentre su vida la perderá, y quien pierda su vida por mí la encontrará. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe al que me ha enviado.

Quien recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y quien recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. Les aseguro que quien dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos sólo porque es mi discípulo, no perderá su recompensa» (Mateo 10, 37-42).

El Evangelio nos presenta hoy la conclusión del discurso de Jesús a los apóstoles escogidos por Él para continuar la obra iniciada por Él y que daría comienzo a la Iglesia o comunidad de fe en Jesucristo resucitado. A la luz de este pasaje, y teniendo en cuenta también las otras lecturas (II Reyes 4,8-11.14-16 a; Romanos 6, 3-4.8-11), meditemos en lo que significa optar por Él como sus seguidores.

1.- Optar por Cristo implica desapegarnos de todo lo que nos pueda apartar de Él

Cuando Jesús les dice a sus apóstoles que deben preferirlo a Él antes que al padre o a la madre o a los hijos, podría pensarse que está despreciando las relaciones familiares. No es así. Lo que plantea Él es que quien quiera seguirlo de verdad debe fijar prioridades y ser consecuente con ellas.

El contexto es la persecución sufrida por los primeros cristianos, quienes se enfrentaban al dilema de ser coherentes con su fe -que podía implicar el rechazo por parte de sus propios parientes-, o renegar de Él para no tener problemas con la familia. En el mismo capítulo del Evangelio de Mateo, Jesús les había dicho a sus apóstoles: “los hermanos entregarán a la muerte a sus hermanos, y los padres a sus hijos, y los hijos se volverán contra sus padres y los matarán”(10, 21); y luego: “He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra, de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes” (10, 35-36). Esto sucedió cuando los creyentes en Cristo fueron perseguidos por el imperio romano y muchos siguieron la exigencia expresada por Jesús a sus seguidores: no anteponer los propios intereses, renunciar a todos los afectos desordenados que pudieren impedirles profesar su fe y realizar la misión encomendada.

Esta exigencia es también para cada uno y cada una de quienes que creemos en Cristo. No sólo para los sacerdotes y religiosos o religiosas de vida consagrada, sino también para quienes desde el laicado están llamados a dar testimonio de su fe en medio de un mundo con frecuencia adverso al Reino de Dios, aunque la opción por Él pueda acarrear la incomprensión y el rechazo de parientes, amigos, colegas en el trabajo, o en general de quienes no comparten nuestros valores.

2.- Optar por Cristo implica tomar la cruz y seguirlo con todas sus consecuencias

“Quien no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”, les dijo Jesús a sus apóstoles y les dice también hoy a quienes quieran ser sus discípulos. Para los cristianos de ayer y de hoy, la invitación a tomar la cruz significa estar dispuestos a entregar la propia vida por ser fieles a Cristo, así como Él la dio por nosotros. Pero también tiene un sentido más amplio: el de asumir con entereza todas las situaciones difíciles que nos depara la vida, no sólo cargando con el peso de ellas, sino también ayudando a otros a llevar las cruces que les corresponde soportar, con una actitud de solidaridad semejante a la de Aquél que, siendo Dios, asumió nuestra condición humana para caminar a nuestro lado y sufrir humanamente con y por cada uno de nosotros. Y asimismo, que cada uno esté dispuesto a dejarse ayudar por los demás y a pedir ayuda cuando sea necesario, para poder llevar la cruz que le toca cargar.

Ahora bien, tomar la cruz y disponernos a llevar hasta las últimas consecuencias nuestra decisión de seguir a Jesús no nos es posible sin la esperanza en la resurrección. A este respecto es iluminador el texto del apóstol Pablo en la segunda lectura: “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”. Debemos “morir al pecado”, para lo cual es preciso desapegarnos de todo cuanto nos aparte de Cristo, para andar en una vida nueva: una vida con Dios y para Dios, con un horizonte de eternidad.

3.- Optar por Cristo implica recibir con actitud acogedora a los enviados por Él

Las primeras comunidades cristianas reconocieron en los apóstoles a los continuadores de la misión de Jesús, que se hacía presente en ellos con la energía del Espíritu Santo para animarlos en la fe, realimentar su esperanza y fortalecer su unión solidaria. Por eso los acogían, con todas las muestras de hospitalidad tan significativas entre los orientales, como a verdaderos profetas, es decir, voceros de Dios.

Este es el sentido de la evocación que hace la primera lectura de la generosidad con la que una mujer y su esposo recibieron en su casa al profeta Eliseo y a su asistente. Seguramente este relato estaba en la mente de Jesús cuando Él les decía a sus apóstoles, como nos lo cuenta el Evangelio de hoy: “el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta”.

También en los tiempos actuales sigue el Señor llamando, formando y enviando colaboradores y colaboradoras para que continúen haciendo presente su mensaje y su obra de salvación, y nos exhorta a recibirlos con generosidad, a acogerlos y a cooperar con ellos en la construcción de una nueva sociedad justa y solidaria a la luz de las enseñanzas de Jesucristo. En este sentido, todo creyente debe estar dispuesto a colaborar generosamente con quienes realizan la misión de predicar el Evangelio, para ir desarrollando todos juntos lo que Jesús comenzó con su predicación y su ejemplo de vida.

 

 

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