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La oración no es una obligación.  Es una necesidad.

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Es necesario cuidar algunas de mis necesidades básicas. Algunas son fundamentales, es cierto. Y cuando dejamos de lado aquello que nos da paz, que nos centra y orienta,…

Hay necesidades que tengo que cuidar. ¿Sé cuáles son mis necesidades fundamentales? Si las cuido, funciono. Si las descuido, me enfermo. ¿Cuál es mi lista?
 
A veces no lo percibimos y necesitamos que alguien cerca de nosotros nos recuerde lo que tenemos que cuidar. Por esonecesitamos a nuestro lado personas que nos hagan bien, que nos iluminen el camino y nos recuerden lo que necesitamos para ser mejores. Personas con mirada positiva y optimista. Personas buenas que nos hagan bien.
 
El otro día leía: “El optimismo que necesitamos es el de las personas sinceras consigo mismas, el que genera prontitud, disposición a meterse en harina, flexibilidad, agilidad, sagacidad”[1].
 
Necesitamos cerca personas que tengan mirada ancha y sonrisa pronta. Capacidad para abrazar y acompañar. Buenos consejos que compartir. Personas que sepan estar y confiar en nuestra debilidad.
 
Necesitamos aprender a amar con madurez, porque si no es así nos secamos. Viviremos volcados egoístamente sobre nosotros mismos. Necesitamos ser amados y experimentar en el corazón cuánto nos quieren los que están cerca y cuánto nos quiere Dios en el alma. Porque muchas veces no está. Y el corazón necesita tocar a Dios.
 
Decía el Padre José Kentenich: “Lo que podemos constatar, es que, ciertamente, puede ser que la cabeza sepa muchas cosas, pero el corazón no se encuentra enraizado, no está arraigado en la Divinidad, en lo Eterno»[2].
 
Es necesario tocar el amor de Dios. Echar raíces en la herida de Jesús. Palpar su presencia en nuestra vida. Necesitamos rezar más para querer más a Dios y a los hombres.
 
La oración no puede ser nunca una obligación. En realidad debería ser siempre una necesidad. Necesito rezar. Si no rezo, me seco.
 
Dos personas que se aman no tienen la obligación de hablar cada día o simplemente estar juntos. Pero se buscan, porque se necesitan. El amor nos hace mendigos de amor.
 
Cuanto más crecemos en nuestra vida interior, cuando más tiempo invertimos en Dios, más necesitados somos de su amor, de su caricia. Más lejos y más cerca nos sentimos. El cuidado de ese amor hace crecer el apego y la necesidad de retener a Dios en mis brazos.
 
La falta de oración genera por su parte indiferencia ante Dios. Me sorprende que en tiempo de vacaciones, cuando más tiempo libre tenemos, sea cuando menos rezamos. Nos fallan las rutinas y perdemos a Dios de nuestra vida.
 
Somos muy infantiles en nuestra relación con Él. Nos falta tiempo para Dios. Es como si no necesitáramos perder el tiempo a su lado. Y el tiempo siempre se pierde de una u otra forma. Necesito darme cuenta de que muchas de mis necesidades me quitan la paz, y echan a perder mi tiempo. Lo perdemos de diferentes formas pero no con Dios.

 
[1] Carlos Chiclana, Atrapados por el sexo
[2] J. Kentenich, Hacia la cima

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