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Jesús nos quiere ver felices, aprendamos de las bienaventuranzas.

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Enseñanza para el IV domingo del tiempo ordinario, Ciclo A. 

Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: -Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que sufren, porque serán consolados. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra prometida. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán satisfechos. Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo (Mateo 5, 1-12).

Con el discurso de las Bienaventuranzas comienza el llamado Sermón de la Montaña, una colina cercana a Cafarnaum, junto al lago de Galilea. Su texto completo abarca los capítulos 5 al 7 del primer Evangelio y es un compendio de las enseñanzas de Jesús. Centremos nuestra reflexión sobre las lecturas de este domingo en tres ideas aplicables a nuestra vida cotidiana.

1.- Dios quiere que seamos felices

La mayor aspiración de todo ser humano es la felicidad. Dios nos ha creado para lograrla si queremos, pero por desgracia la historia de la humanidad nos muestra una y otra vez que no la buscamos donde verdaderamente se encuentra. Cuando el profeta Sofonías escribe en la primera lectura (Sofonías 2, 3; 3, 12-13) busquen al Señor, en el fondo lo que nos está diciendo es que la auténtica felicidad, que consiste en la paz interior y no en las falsas apariencias de ella que nos ofrece la mentalidad consumista con su publicidad, sólo podemos hallarla en Dios.

La referencia que hace este profeta -como en general los demás del Antiguo Testamento- al día de la ira del Señor, es una forma simbólica de expresar el final desgraciado de quienes en su vida terrena se han alejado de Dios dejándose llevar por las ansias de riquezas y de poder y encerrándose definitivamente en sus egoísmos.

Sólo quienes reconocen humildemente a Dios como su Creador y Salvador, y cumplen sus mandamientos, podrán alcanzar la felicidad verdadera. En este sentido, cuando también los profetas -entre ellos Sofonías- hablan del resto de Israel, se refieren a los pobres y humildes que permanecen fieles a Dios sin dejarse contagiar de las ambiciones que arrastran a la idolatría y a la injusticia, y por eso podrán vivir sin sobresaltos, con la tranquilidad que da la paz interior.

2.- De los diez mandamientos a las bienaventuranzas

Doce siglos antes Dios había promulgado por medio de Moisés los diez mandamientos en el monte Sinaí; ahora Jesús propone una nueva ley que, sin negarlos, va más allá de un conjunto de preceptos y se centra ante todo en unas actitudes vitales.

Cuando llama bienaventurados, dichosos o felices a los pobres en el espíritu -es decir, a quienes se reconocen necesitados y ponen su confianza en Dios en lugar de dejarse esclavizar por el apego a lo material-; a los mansos y humildes que no se muestran prepotentes; a quienes asumen el sufrimiento con paciencia y sin desesperarse; a quienes anhelan la justicia y a quienes obran compasivamente dispuestos siempre a comprender y perdonar; a los limpios de corazón -es decir, a quienes ven y tratan a las demás personas con intenciones rectas-; a quienes trabajan por la paz y a quienes están dispuestos a ser incomprendidos y perseguidos por practicar lo que es justo, Jesús está proponiendo una nueva forma de concebir la relación del ser humano con Dios.

Jesús no plantea una moral represiva ni de resignación pasiva. Todo lo contrario. Nos invita a asumir activamente las disposiciones necesarias para entrar en la dinámica del reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz. Estas disposiciones o actitudes son las mismas que Él manifestó en su vida terrena, de modo que tenerlas es identificarse con Cristo y su programa de vida.

3.- La lógica del reino de Dios, opuesta a la del poder terrenal

El programa del Reino de los Cielos -o Reino de Dios- que Jesús propone desde el inicio de su predicación, va en contravía de los valores que proclama e impone la mentalidad propia de lo que podríamos llamar el reino de este mundo.

Esto es precisamente lo que plantea el apóstol San Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 1, 26-31), cuando dice que Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir lo fuerte. Según los criterios del mundo, éste sólo lo conquistan los “duros”, es decir, los que pisan fuerte como el monstruo grande de la canción (“Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”) . En cambio, según la lógica de Jesús, son los que viven y trabajan humildemente por la paz sobre la base de la justicia social, con espíritu de compasión y con benevolencia, quiens alcanzan la verdadera felicidad contribuyendo a que los demás también sean felices.

Por eso, cuando Jesús comienza a formar lo que luego se convertiría en su Iglesia con la gente sencilla y humilde, es a ésta a la que se dirige en primer lugar para proclamar las bienaventuranzas. Estas son las preferencias de Jesús, y deben ser también las nuestras, si queremos de verdad ser sus seguidores, si queremos ser coherentes con la fe que profesamos.

 

 

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