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Fiesta de la Presentación del Señor -  2 de Febrero

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"Luz para alumbrar a las naciones" (Lc, 2,22).

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Cada 2 de febrero la Iglesia universal celebra la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, en la que se recuerda el encuentro de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, con dos ancianos fieles cumplidores de la ley de Dios: Simeón y Ana. Aquel sencillo acontecimiento encierra un profundo simbolismo cristiano: es el abrazo del Señor con su pueblo.

En este día, simultáneamente, se recuerda la purificación ritual de la Santísima Virgen María, después de haber dado a luz al Salvador.

La Ley de Moisés

Según la antigua costumbre del pueblo de Israel, cuarenta días después de haber nacido un primogénito, este debía ser llevado al Templo para su presentación. Así procedieron María y José con el Niño Jesús, en cumplimiento con lo ordenado por la Ley de Moisés.

Por esta razón, la Iglesia cuenta 40 días después del día de Navidad (25 de diciembre) para celebrar la Presentación del Señor (2 de febrero). Cuenta la Escritura: "Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor" (Lc 2, 22).

Las profecías de Simeón y Ana

Al llegar al Templo, los padres de Jesús con el Niño en brazos se encontraron con Simeón, el anciano al que el Espíritu Santo prometió que no moriría sin antes ver al Salvador del mundo. Fue el mismo Espíritu quien puso en boca de este profeta que ese pequeño Niño sería el Redentor y Salvador de la humanidad:

“Este niño está destinado a provocar la caída de muchos en Israel, y también el ascenso de muchos otros. Fue enviado como una señal de Dios, pero muchos se le opondrán. Como resultado, saldrán a la luz los pensamientos más profundos de muchos corazones, y una espada atravesará tu propia alma” (Cántico de Simeón: Lc 2, 22-40, llamado también Nunc dimitis, por las palabras en latín con las que empieza: “Ahora dejas”).

“También aquel día se encontraba en el Templo la hija de Fanuel, de la Tribu de Aser, llamada Ana. Ella era una mujer de edad muy avanzada; había enviudado solo siete años después de haberse casado y permaneció así hasta los 84 años. Ana andaba día y noche en el Templo, adorando a Dios, ofreciendo ayunos y oraciones. Ella, al ver al niño, lo reconoció y empezó a proclamar a todos los que esperaban la redención de Jerusalén que la Salvación había llegado” (Lc 2,36-40)

 

Fuente: ACIPRENSA

Autor:
Pbro. José Edilberto Palacios Corzo