Uno de los resultados de la experiencia del Camino de Emaús, cuando se vive el retiro de fin de semana, sea como caminante o como servidor, es sentir que Dios llega al corazón. Pues, se puede constatar que quizá Dios había estado ausente por largo tiempo de la vida personal, En consecuencia, esta situación se puede comparar con la experiencia de los discípulos de Emaús, que, aunque Jesús caminaba a su lado, no lo reconocieron, ni lo tuvieron en cuenta y por eso exclaman “con razón nuestro corazón ardía” Lucas 24, 32.
Llevar a Dios en el corazón cambia la vida, los criterios, las prioridades con las que se venía actuando en la vida familiar, en las labores profesionales, en los negocios y hasta en el plano del descanso y la recreación. Todo cambia cuando se reconoce que Jesús camina a nuestro lado. Mas bien, todo debe cambiar porque llevas a Dios en tu corazón. De ahí, que después del retiro de Emaús de fin de semana, cuando ha pasado el primer impacto por la emoción y el reencuentro con Dios, ya no puedes seguir siendo el mismo, en ti algo ha cambiado, y mucho.
Llevar a Dios en el corazón genera un gran interés por el servicio, más aun, poder compartir esta nueva condición con los familiares, con los compañeros de trabajo y más adelante, con mayor razón, en el trato con los hermanos de Emaús, que hablan el mismo idioma porque han tenido la misma vibrante experiencia en el fin de semana, será un proceso permanente.
Un caminante de Emaús vive su espiritualidad de una manera muy sencilla, inicialmente incorporando en su vida una serie de prácticas, que por diversas razones había abandonado o no sentía que eran importantes ni necesarias para su existencia, como son su oración personal diaria, la visita al sagrario para disfrutar de la presencia del Señor en la Eucaristía, participando en la Eucaristía, especialmente, en la dominical, evaluando la vida, orando el Rosario, viviendo los sacramentos con más conciencia y, reconociendo el gran amor que se le profesa a la Virgen María, nuestra Madre Santísima.
Aceptando y apropiando personalmente todo lo que se ha expuesto anteriormente, no tendría valor si se queda solo en un plano teórico. Se requiere que llegue a la vida concreta de cada uno, es decir, a una coherencia de vida. Esto es, lo que se piensa, lo que se admira de las enseñanzas de la Biblia debe llegar a la vida del día de cada día. Como hombres y mujeres de Emaús y mediante una decisión voluntaria, libre y consciente, se le permite a Nuestro Señor habitar en nuestros corazones, que lo compromete a llevar una vida moral limpia, a cuidar la casa espiritual limpia, y en muchos ámbitos, no solo en lo moral, sino en la justicia, en los negocios, y lo más importante, en las palabras, actos y decisiones que utilizamos todos los días en nuestro entorno familiar, profesional y laboral.
Cuando la casa está limpia, se nos hace fácil ser dóciles, y esa docilidad se manifiesta en la obediencia. Un integrante de Emaús es un hombre, una mujer Obediente. De ahí que estamos llamados a ser dóciles, y, que mejor ejemplo, que aquel de Nuestra Madre la Virgen María, que es obediente y llena de gracia. La obediencia no es fácil, todos lo sabemos, nos cuesta. A veces es duro y difícil acatar la voluntad de Dios, pues, sin duda, en ocasiones, nos exige reorientar nuestra vida, nuestros planes y cambiar el programa original, que teníamos. La Biblia narra que así le ocurrió a Abraham, a Moisés, a Jeremías, a María de Nazaret, a Pedro, y a los demás Apóstoles, a los Santos en la historia de la Iglesia, a los consagrados y a los laicos comprometidos, a quienes para ser obedientes les implicó y les implica dejar muchas cosas, muchos amores, mucha estabilidades y seguridades humanas, pero su recompensa es más grande y valiosa que todo aquello que dejaron de lado.
Pero no sólo el hombre o la mujer de Emaús es obediente, también su compromiso es ser humilde. Un asociado de Emaús es un hombre, una mujer Humilde. Esto quiere decir que reconoce que necesita del concurso de los demás, no siempre podemos enfrentar solos la realidad, los deberes, los compromisos, los encargos. Nuestro Señor conoce esta condición humana y por eso siempre Dios se halla permanentemente a nuestro lado y nos ayuda. La humildad es una virtud tal que nos da la cualidad de la sencillez, porque es la virtud de la verdad, Siendo humildes y sencillos seremos siempre capaces de reconocer el error o la incapacidad para obrar solos, prescindiendo de los hermanos.
En la vida espiritual siendo obedientes y humildes, con la ayuda de Dios, hemos generado un terreno apropiado para poder ser conscientemente Servidores, como lo hizo Nuestro Señor en la Última Cena, que es el gran Servidor, transparente y lleno del amor de su Padre Celestial en su corazón, tanto así que entregó su vida y en cruz, por nosotros.
Finalmente, como lo dijo Nuestro Señor, en su oración antes de su Pasión y Muerte, “que sean UNO” Juan 17, 11, Jesús estaba proclamando la grandeza de la unidad, pero en concreto, con obras, pues, somos edificantes, constructores de comunidad, no como suma de integrantes, sino como hermanos que viven la fraternidad, el amor, en la vida real de cada día. La unidad (“que sean uno”) y la fraternidad (“que se amen como yo los he amado”) constituyen la identidad del bautizado: unidos y fraternos. Para lograr este deseo del Señor, se requieren los tres postulados anteriores: obediencia, humildad y servicio, demostrando que, con amor sincero y fraterno, podemos trabajar y convivir sin problema con cualquier hermano.
Para ir cerrando la reflexión, podemos comprender que asimilando todo lo anterior estamos en capacidad de perdonar, pero con un perdón auténtico, sentido, vivencial que nazca del fondo del corazón, allí donde está Dios, así no será superficial, será real y verdadero.
La vivencia personal y comunitaria de todas las características anteriores de ser un bautizado consciente de sus compromisos permite alcanzar un gran propósito: hacer Iglesia entre todos y con todos, es decir, ir construyendo la comunidad con el aporte de todos, no sin comprender que trabajamos con personas con variados valores y cualidades, pero que también con personas con defectos o que caminan más lentamente o se comprometen levemente,
El ideal siempre será viviendo el mensaje de Jesús de ser “Uno” “que sean uno (es decir, que se mantengan unidos) para que los demás crean, para que los que no pertenecen a nuestro grupo, crean. Porque, sin duda, el testimonio es vital para mostrar la experiencia de Dios en nuestros corazones. Aceptemos nuestras imperfecciones y defectos bien controlados por la fraternidad y el perdón en la comunidad. Es la manera práctica, pero real de cimentar y edificar la Iglesia de Cristo. La vamos edificando poco a poco, con su ayuda e inspiración.
Y, para terminar, como dice el evangelio del Camino de Emaús, pidámosle a Dios: “quédate con nosotros, Señor”, porque te necesitamos, y que siempre nos acompañe en el camino sencillo o difícil de la vida, y que vivamos su presencia Resucitada en la Eucaristía. Porque sin duda, la Eucaristía es nuestra fortaleza.
Queridos amigos, quise poner por escrito el último speech para que lo lean y relean en meditación personal con el fin de preparar la Eucaristía del próximo domingo, tercero de la Pascua, que precisamente nos invita a reflexionar y a vivir el Camino de Emaús.
Con cariño para su crecimiento espiritual.
Atentamente, Monseñor Jorge Alberto.