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Esta será la señal

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Enseñanza para el V omingo de pascua

Juan 13:31-33, 34-35
31 Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él.
32 Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto.»
33 «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros.
34 Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.
35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»

 

1. “Les doy un mandamiento nuevo”

Jesús habla de un mandamiento. Pero ¿puede el amor ser objeto de un mandato? ¿No es más bien la consecuencia obvia de un reconocimiento del amor recibido? Sin embargo, Jesús dice que es un mandamiento. ¿Por qué? Porque Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Muchos han expresado antes y después de Cristo la llamada regla de oro de las relaciones humanas: nunca obres con los demás lo que no quieras que obren contigo Confucio); no hagas a los demás lo que no es bueno para ti (libro hindú Mahabarata); ¿cómo puedo imponer a los demás un estado que no resulta agradable ni placentero para mí? (Buda); lo que sea bueno para mí, eso mismo debería juzgarlo para todos (Zoroastro); lo que no desees para ti, no lo hagas con los demás (Biblia, libro de Tobías 4,5) no hagas a los demás aquello que no desees que te hagan a ti (Judaismo: Talmud); Ay de los que escatiman, esos que, cuando se miden con la gente, dan la medida completa, más cuando miden o pesan para ellos, la soslayan(Corán 83:1-3).

Jesús, además de formular la regla de oro en positivo –“todo cuanto quieran que les hagan los hombres háganlo con ellos” (Mateo 7, 12; Lucas 6, 31), lo que equivale a decir “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18)–, le da un nuevo sentido a esta norma ética: al decir “ámense los unos a los otros como yo los he amado” indica como modelo referente no sólo el amor de cada cual a sí mismo, sino el ejemplo dado por Él en la cruz con la entrega de su propia vida: “los amó hasta el extremo”, dice Juan en su Evangelio al iniciar el relato de la pasión de Jesús. (13,1). Y eso es precisamente lo nuevode este mandamiento: amarnos los otros no sólo como cada cual se ama a sí mismo o a sí misma, sino como Dios mismo nos ha mostrado en Jesús que nos ama.

2. “Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros”

Hemos escuchado que Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Esto quiere decir que el amor, la más importante de las tres virtudes llamadas teologales -fe esperanza y amor-, en el sentido que le ha dado Jesús tiene como referente inmediato al prójimo, porque es amando al prójimo como podemos mostrar nuestro amor a Dios, y esto es lo que dice otro texto procedente del mismo apóstol Juan: Si alguno dice ‘Yo amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentirosoPues el que no ama a su hermano, al que ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve (1ª Carta de Juan 4,20).

Jesús se presenta a sí mismo como el modelo de este amor: como yo los he amado. Se trata del amor que canta el salmo responsorial -El Señor es clemente y compasivo, lento a la ira y rico en amor [Salmo 145 (144)]-. Ante esta forma se tratarnos el Señor, ¿cómo estamos nosotros respondiendo? Siempre tendremos que reconocer que aún nos falta mucho para identificarnos con el amor de Dios manifestado en Jesús, y por eso sigue vigente lo que en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14,21b-27), se nos cuenta que decían los apóstoles Pablo y Bernabé: que para entrar en el Reino de Dios hay que sufrir muchas tribulaciones, es decir, hay que dar testimonio perseverante de la fe asumiendo todo lo que ella implica, y este testimonio consiste precisamente en mostrar que somos seguidores de Jesús, identificándonos con Él.

3. “Esta será a señal por la que conocerán todos que ustedes son discípulos míos”

La comunidad cristiana que empezó a formarse en Jerusalén a partir de la resurrección de Jesús se distinguió por el amor que se tenían los unos a los otros. Esta era y sigue siendo la forma más eficaz de proclamar la Buena Nueva de Jesús resucitado, consistente en el anuncio de lo que nos indica la segunda lectura de este domingo: un cielo nuevo y una tierra nueva, simbolizados en la imagen de la nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis (21,1-5a) de acuerdo con lo que significa idealmente el nombre Jeru-salem: lugar de paz. Esta “nueva Jerusalén”, correspondiente a lo que también llamamos “el cielo” y que es un estado espiritual de felicidad completa y sin fin, la anunciaban los primeros cristianos mediante el signo del cumplimiento del mandato nuevo del amor.

Vean cómo se aman, escribió Tertuliano, teólogo de fines del siglo II, que exclamaba la gente ante el testimonio vivo de la forma en que se trataban unos a otros los creyentes en Cristo. ¿Podríamos decir nosotros lo mismo hoy de nuestra Iglesia, en la que a menudo encontramos odios, envidias, intrigas, rencores, abusos y manifestaciones de violencia o de indiferencia ante la miseria y el dolor de los demás? Cuando empleamos e invocamos la santa cruz como la señal que nos identifica como creyentes en Jesucristo, debemos tener siempre presente que esta identidad sólo se muestra de verdad cumpliendo su mandamiento nuevo del amor.

La Palabra de Dios nos invita hoy, pues, a preguntarnos qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué debemos hacer para cumplir este mandamiento que nos dejó Jesús como su última voluntad antes de su muerte en la cruz, y que nos repite hoy desde su vida resucitada y gloriosa. Pidámosle que nos envíe su Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor, para amar a nuestros prójimos como Dios mismo nos manifestó en Jesucristo que nos ama: Hasta las últimas consecuencias.

 

 

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