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El aborto, falso progresismo

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No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana.

El movimiento abortista se presenta como si fuera parte de la vanguardia progresista, como el plus ultra de la libertad y la salud de las mujeres. Así es como ha logrando confundir a personas de muy buena voluntad que buscan honestamente el bien de las mujeres. Sin embargo, estamos ente su más grande mentira.
 
Es falso que la libertad de la mujer y el aborto sean parte del mismo paquete. 
Se pude promover y luchar decididamente a favor de las mujeres, de la llamada equidad de género bien comprendida, y estar igualmente resuelto a favor de la vida y la dignidad humana. De hecho, la segunda postura resulta la única realmente coherente y razonable. Contra las mujeres no conspiran los niños, sino la cultura que las reduce a personas de segunda mano. Entonces, la gran batalla a favor de las mujeres empieza en el desmantelamiento del machismo en cualquiera de sus formas y no en la eliminación de los pequeños.  
 
Asimismo, los promotores del aborto tratan de justificarse bajo el argumento de que procuran la salud de la mujer por diversos medios. Sin embargo, como es evidente a cualquier observador de buena voluntad, el aborto no es necesario a ninguna práctica de supervisión o promoción de la salud.
 
La nuez del abortismo no está en la libertad y la salud, sino en el desprecio profundo a la vida y la dignidad de las mujeres y los pequeños. Estamos a todas luces ante un falso progresismo. Como dijo el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica. “No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.
 
Desde su origen el abortismo ha estado asociado a la eugenesia, a esa ideología que afirma que sólo los más aptos y dotados física, intelectual o económicamente merecen vivir, para lo cual es necesario impedir su nacimiento por eliminación o prevención. Las heroínas del movimiento abortista Margaret Sanger, creadora de la Planned Parenthood, y Mary Stoppes, cuyo nombre lleva una de las cadenas de abortorios más importantes del mundo, fueron insignes promotoras de la eugenesia.
 
En la primera mitad del siglo el abortismo se justificó por motivos raciales y de clase social, por lo cual fue visto con simpatía por evolucionistas, nazis y fascistas. En la segunda mitad y hasta nuestros días, vencido el racismo, cambió la música para hacerla amable y retocó la letra; pero en manera alguna cambió la canción. Ahora se endereza contra las personas “cuyas vidas no merecen ser vividas” como son los pobres, discapacitados, quienes pudieran tener problemas en su desarrollo según estándares de bienestar narcisistas, o llanamente contra los “no deseados” como reza la propaganda de las clínicas abortistas “Mary Stoppes” aquí en México.
 
Pensemos cómo, por citar un ejemplo, las prácticas abortistas han provocado la casi desaparición de las personas con síndrome de Down en Inglaterra y España, donde nueve de cada diez embarazos con este pronóstico terminan en la aniquilación del pequeño.

¿Alguien podría explicar por qué la vida de estas personas califica como “no deseada”? ¿Por qué se les considera carentes de dignidad? ¿Por qué sus vidas “no merecen ser vividas” si han demostrado una y otra vez su enorme capacidad de amar?
Podríamos preguntarnos, también, por la eliminación sistemática de mujeres mediante el aborto en China o India, y crecientemente en Occidente, un asunto bien calladito por los promotores el aborto. Al final, siempre llegaremos a la misma respuesta: lo hacen por el desprecio a la vida humana.
 
Entre los grandes filósofos contemporáneos que lo entendieron con claridad destaca Max Horkheimer, ateo y uno de los fundadores de la escuela de Frankfurt, quien miró con gran simpatía la encíclica “Humanae Vitae” de Paulo VI. En ésta el Papa incomprendido hizo profética denuncia de la mentalidad antinatalista de nuestro tiempo que, como demostró el filósofo alemán, estuvo en el corazón de la Alemania nazi. No es casualidad que hoy los grandes adalides del abortismo lo sean también de la eutanasia, disfrazando sus dichos con eufemismos como “suicidio asistido” o “muerte digna”.
 
Siempre debemos preguntarnos, ¿qué tiene de progresista una postura cuya propuesta consiste en matar seres humanos?


Hay que desenmascarar semejante mentira y decirlo sin cortapisas: el abortismo es pieza fundamental de la cultural del descarte por su desprecio a la dignidad de las personas, en especial si son débiles e indefensas. En el abortismo encontraremos muerte y desesperación; pero nunca libertad y mucho menos justicia.

 

 

 

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